domingo, 16 de octubre de 2016

Trabajo, biblioteca y escritura enfrente del río. - Entrevista a Cecilia Moscovich.


Este año recibimos en nuestra Biblioteca Comunitaria a la poeta y docente Cecilia Moscovich (Santa Fe, 1978), quien además trabaja como bibliotecaria y coordinadora de un grupo de jóvenes mediadores de lectura en el barrio costero Alto Verde (Santa Fe). En busca de tejer redes más sólidas y artesanales entre quienes estamos del lado de la poesía, leyéndola o escribiéndola, es que se dio esta conversación con ella. Para poder escucharnos mejor, para poder imaginar y hacer otras cosas entre quienes llevamos adelante trabajos culturales y de abordajes territoriales.

Por Lautaro Maidana y Kevin Jones

Cuando se dispone a leer en el aula, a Cecilia le piden que lea el poema que funciona como hit en este grado, Mi casa. Cecilia tendrá que leerlo, por segunda o tercera vez en el día:

Limpiar la mesada
apretar una naranja caída en el piso
para ver si no está demasiado madura.
Poner la pava
y saber que habrá yerba.
Llegar a casa
y tener una.
Prender la estufa
y que funcione.

Lavar los platos y ver cómo la mesada,
al menos eso,
poco a poco se va despejando.
Eso me hace sentir bien.

No es complicado.
Para eso no tengo que esperar
ni pensar demasiado
ni armar grandes planes para el futuro.

La escena se da en el marco de las visitas que hacen poetas a la Escuela Nº202 Gaspar Benavento dentro de la primer edición del Festival. Con la ayuda de Graciela Genre Bert, bibliotecaria cómplice en este trabajo, y de sus docentes los estudiantes habían estado leyendo poemas de la autora, especialmente de su libro Barranca (Ediciones Diatriba, 2012).

A Cecilia esta lectura infantil de sus poemas la sorprendió. ¿Por qué esos niños se habían encantado con “Mi casa”? ¿Qué sería para un niño eso de “llegar a casa / y tener una” y no tener que “armar grandes planes para el futuro”? Algo de enigma hay en el encuentro entre niños y poemas que se hace presente en esta escritura que parece tocar sus alrededores con una mirada de niño. La sorpresa infantil de poder tener una casa, de que los objetos funcionen y la certeza, también infantil, del presente.

Escrituras, infancias, talleres.

-¿Hace cuánto que laburás en talleres de literatura con chicos?

-Empecé a trabajar en talleres de literatura con chicos en 2006, en un Programa del Ministerio de Desarrollo de la Nación que se llamaba “Familias y Nutrición”. Estaba buenísimo. Era de desarrollo infantil integral, en el que se capacitaba a facilitadores comunitarios en distintos ejes: nutrición, juego, lectura, crianza. Aparte era con financiamiento de UNICEF y tenía unos recursos alucinantes. Viajábamos por la provincia de Santa Fe y entregábamos cajas de libros para armar bibliotecas. Eran cuatro cajas de libros de la mejor literatura infantil que te puedas imaginar. Lo que yo hacía era más que nada capacitar gente que después trabajaba con niños, pero a veces en los viajes también dábamos talleres para los niños.
            Con el tiempo este proyecto se terminó pero yo seguí con lo de Alto Verde. Creamos la biblioteca de jóvenes mediadores de lectura en el 2010. Que tampoco empezó con la intención de crear una biblioteca. Yo llevé dos de estas cajas con libros, que había pedido a Nación. La idea era formar un grupo de mediadores de lectura. Y después la UNL nos dio la biblioteca de La Cuadra, y recibimos una donación grande de libros que un grupo de voluntarios del MNR había hecho. Y de golpe teníamos un montón de buenos libros y ya está: ¡tenemos una biblioteca! Y ahí la armamos y la pusimos linda. Se fue dando sin que el objetivo inicial haya sido “crear una biblioteca”.
            Y ahora doy talleres con los chicos de la escuela de al lado y después también tengo un taller en la Biblioteca Pedagógica de Santa Fe.

- ¿Cómo relacionás tu vida como poeta con trabajar literatura e infancia?

-No siento que esa experiencia haya impactado en mi escritura. No sé. Yo ya escribía de antes... ¡Y además me olvido que escribo cuando estoy con los chicos! Me encanta cómo imaginan los chicos, los mundos que construyen, las ideas delirantes que por ahí tienen. Y la verdad que me gustaría ser más capaz de tomar algo de eso cuando escribo, pero no, no me sale.

-¿Cuándo crees que empezaste a leer literatura con deseo?

-¡De chiquita! Leía mucho, mucho, mucho, mucho. A los 9 años más o menos era una bestia, leía muchísimo y me quedaba encerrada. Me acuerdo que teníamos una quinta que era hermosa, pero a mí en ese momento la naturaleza no me llamaba. Me encerraba, cerraba las persianas porque me gustaba estar como en penumbras y me quedaba leyendo toda la tarde. Me devoraba capaz que una novela por tarde.

Empecé leyendo lo que tenía a mano. La Colección Robin Hood que era de mi tía, todo Luisa May Alcott, Jack London, Mark Twain. Después mi mamá me tuvo que hacer socia de una biblioteca, la Biblioteca Moreno. Pero ese tipo de libros que les contaba antes no existían cuando era chica. Y la literatura para chicos no era lo que es la literatura ahora: tan delirante, tan con humor o con cosas más oscuras.

Sobre el trabajo con el grupo de jóvenes mediadores de lectura de Alto Verde, “Pescando lectores”.

-¿Cómo surgió Lo escuché por ahí. Historias de Alto Verde, estas publicaciones que recuperan narraciones orales del barrio?

-En el 2011 yo había viajado a Brasil y había una organización muy linda, Vagalume, en donde trabajan plantando bibliotecas comunitarias en la Amazonia. Yo pude viajar con ellos y conocer un poquito de lo que hacen, que es recopilar cuentos orales y llevarlos a la escritura. Como tender puentes entre la cultura oral y la escrita, y producir con eso libros artesanales. Me pareció re copada la idea de hacer libros a partir de los relatos orales del barrio y no solamente llevar los cuentos de autores.
            Así surgió la idea con el grupo de mediadores de lectura de Alto Verde. Se los propuse y les encantó. Entrevistamos a los abuelos de los chicos y a algunos referentes del barrio. Nos contaron un montón de historias y nosotros después fuimos seleccionando algunas y las fuimos ilustrando. Y luego el Ministerio para el que trabajo y el de Cultura de Santa Fe, entre los dos, lo financiaron.
            La primera edición de estos libros era un montón: 4000 ejemplares. Después ya fue menos y no pudimos repartir tantos. Circularon bastante por el barrio y es muy habitual que los chicos cuando van a la biblioteca los vean y digan ¡ay, este yo lo tengo en mi casa! Y lo recuerdan, y les gusta, y está bueno porque reconocen las historias que aparecen ahí o a los personajes. La verdad que está bueno lo que se dio de poder identificarse y que sus historias estén en un librito. Poder replicar este tipo de cosas está re bueno.
            Me acuerdo que la primera vez que lo presentamos en la Feria del Libro fue súper emotivo. Fueron los abuelos que habían contado, y fue importante para ellos que sus historias estuvieran en un libro. Fue muy lindo. Y a los chicos les gustó mucho también.

-¿Cómo convivís ahí con los otros relatos imaginarios y las realidades más tangibles respecto al barrio?

-Cuando yo empecé a trabajar en Alto Verde hace cinco o seis años atrás todavía no estaba tan picante como está ahora. Y en los últimos años se fue poniendo bastante violento y todo. Hubo un año en 2014 que casi renuncio, porque había tiroteos todos los días, muchos de los chicos con los que estaba trabajando fueron baleados y un par muertos. Y no me lo banqué mucho. Pero después mermó un poco y ahí sigo estando.
            Como muchos barrios tenés eso, y después tenés gente viviendo y laburando también, construyendo, yendo a trabajar, cocinando, cociendo, haciendo deporte, haciendo murga, pescando...       
            A mí me encanta Alto Verde, me encanta. Tiene algo, tiene su particularidad. Y el río ahí le da algo de eso. De hecho yo no soportaría en otro lugar ese nivel de violencia. Mi trabajo, la biblioteca, está enfrente del río. Salgo y está el río todos los días. Llego con el auto o con la bici y está el río. Eso es un plus. Y también la gente, por más que haya pobreza, no es lo mismo vivir en un pasillo inmundo que vivir al lado del río, de ese paisaje.
            Hay gente que me dice “uuy, trabajás en Alto Verde...” y para los chicos es tremendo eso. Ahora el mes que viene vamos a presentar un corto que hicimos con los chicos y un poco muestra eso: lo que significa vivir en este barrio: La camisa blanca. Lo cuentan de manera muy poética... Los más grandes siempre relatan que no pueden conseguir trabajo porque son de Alto Verde... no es fácil para ellos.
            Este año también va a salir un libro que hicimos con una compañera del Ministerio de Cultura, que se va a llamar El Bestiario de las Islas. ¡Ese va a estar buenísimo! Hicimos todo el año pasado talleres en las escuelas y también entrevistamos a referentes del barrio, no solo de Alto Verde sino también de Rincón, Colastiné, La Vuelta del Paraguayo... todos parajes costeros para que nos cuenten historias de aparecidos, seres fantásticos y otras cosas que se ven en las islas. Y articulamos con los chicos de quinto año de la Escuela Mantovani de Artes Visuales, porque ellos son los que ilustran. Está quedando muy bueno y se copó mucha gente que no esperábamos.


El cortometraje “La camisa blanca” al que hacemos referencia en esta entrevista se encuentra disponible en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=gSKqiAUE1Q0&feature=share

Mujeres que dan alas a los gatos.


Desde enero de este año, Barriletes articula actividades junto al Comedor Comunitario “Grupo de Madres 17 de septiembre” ubicado en Barrio Paraná XIV de nuestra ciudad. La existencia a través del tiempo en nuestros alrededores de los Comedores Comunitarios nos habla de una resistencia ante la vulnerabilidad social que tiene tiempo ya y que estamos necesitando empezar a escuchar mejor.

Por Gabriela Baralle


Empiezo a escribir este texto en el momento en que pongo un pie sobre el primer escalón del colectivo, y el 1 arranca por calle Churruarín, esa línea que conecta la esquina del Comedor Comunitario “Grupo de Madres 17 de septiembre” con las cinco esquinas (con ese nombre que sabe tan lleno en mi boca: el chu que se hace rrua vibrando en el cielo de la boca y termina resbaloso y acento en rín). Esa calle que conecta la punta del paraguas de alguien a quien llamaremos I. con la rueda del Fluviales que me lleva de vuelta hasta Santa Fe, cruzando el río.
Los talleres en el Comedor se iniciaron con el último sol de enero que nos permitió habitar ese pedacito de vereda con pasto, abismada contra la calle por la que pisan fuerte los colectivos y camiones. En ese primer taller al que nos acompañaron los alagatos de la escritora norteamericana Úrsula Le Guin llenamos la vereda de las mascotas que imaginamos, nos inventamos, recordamos y leímos. Había muchos chicos esa vez: algunos de ellos no han faltado nunca, a otros ya no los hemos visto. Esa tarde el sol, la vereda, Mile, Kevin, hacían de gran cobija. Armábamos con nuestros cuerpos la escena del taller junto a los niños y las niñas, en la que se dibujaron con letras y lápices las mascotas que quedarían rondando por el barrio de allí en más.
El Comedor Comunitario se sostiene en un espacio no muy grande: una sala con mesas largas de madera y una ventana difícil de abrir, una cocina en la que Sole les prepara la leche a quienes se dirigen allí cada lunes, miércoles y viernes para merendar. Los nombres en torno a los que se teje y sostiene el comedor son el de Marta, Sole, Ayelén. Pero especialmente sin los cuerpos de Marta y Sole que están allí de manera indispensable cada vez que vamos, no habría comedor, ni taller. Ellas son la institución. Madres que dan de comer, dan lugar, y dan tiempo hace ya por los menos 35 años.
Cuando pienso en el comedor comunitario me resulta problemático o, al menos, inquietante, ver cómo allí se trama el orden de lo institucional: el comedor comunitario como institución social del barrio Paraná XIV, como institución que hoy y desde hace ya algunos años responde en ese lugar por la infancia de los niños que van allí cada tarde. Marta, desde la primera vez que fuimos, nos dice que lo que a ella le importa es que los chicos no estén en la calle. Ese enunciado de Marta que ha aparecido casi todas las veces que fuimos, me hace pensar en qué es lo que hay o puede haber en la calle y qué es lo que hay o puede haber allí, en esa salita de la esquina de Churruarín: ante la inmensidad y lo latente de la calle, ella ofrece la leche.




*  *  *


La mañana en que nos encontramos con Kevin y Mile para discutir las formas de pensar(nos en) el Comedor[1] leímos La línea[2] junto a un texto de la psicoanalista Mercedes S Minnicelli titulado “Infancias en estado de excepción”. Poner juntos estos textos nos habilita a problematizar las carencias en torno a la infancia: carencia de comida, de casa, institución, de palabras, de sentidos.
Por un lado, la forma en que Minnicelli problematiza los modos de mirar y tratar la infancia en las instituciones sociales, judiciales y penales (en relación a casos particulares que presenta) nos permite avanzar en ciertas preocupaciones y preguntas que surgen en el trabajo en el comedor; por otro, desde las orillas de la literatura, leer La línea –ese libro que se escribe solamente con un hombre y una línea- nos permite imaginar las formas en que es posible construir desde la carencia nuevas formas de pensar y abordar la infancia en las instituciones, o todo lo que se puede escribir sólo con una línea.
Minnicelli propone una metáfora política, infancia en estado de excepción, para pensar los lugares en los que las instituciones ubican a la infancia, donde los niños y niñas son hablados desde aquello que se les ha destinado de antemano: lejos de ser escuchados, son obligados implícitamente a obedecer a ese destino que la sociedad y las mismas instituciones que se dicen protectoras de la infancia les han otorgado. Y lo que implica esto es una serie de faltas en torno a la infancia que van de lo material a lo simbólico: la exclusión por falta de presencias institucionales en la infancia genera sujetos desamparados ante aquello a lo que se ven obligados a enfrentarse. El enunciado Infancias en estado de excepción refiere precisamente a aquellas infancias arrojadas al universo simbólico de nuestra época sin aquello que les permite simbolizar, sin las palabras, los relatos, los mitos que les permiten a los niños y niñas partir desde algún lado para mirar lo Otro: infancias expuestas y abandonadas “al encuentro con lo real, sin velo, adheridos a saberes que los dejan en falta de mitos y leyendas” señala esta autora. Estas infancias quedan en banda ante la “posibilidad de encontrar recursos simbólico-imaginarios para hacer frente a lo real”. 
Después de apuntar estos conceptos Minnicelli pasará a narrar el deambular institucional y des-institucional(izado) de un niño al que llama Román, un niño que carga con algunos monstruos inenunciables que lo llevan a ir repartiendo marcas violentas y violentadas sobre los lugares por los que pasa, hasta conseguir, finalmente y después de interminables ires y venires, hablar. En un momento del relato Román, después de transitar por múltiples instituciones penales y judiciales, cae en casa de una mujer a quien se conocía por dejar entrar chicos de la calle a comer, bañarse y dormir. Y es en esa casa donde Román encontrará un albergue donde reunir sus cosas desparramadas (juguetes en rincones de la ciudad, papeles, ropa desparramada por los lugares en los que estuvo), para juntar las partes de sí con las que ha ido dejando rastros de su paso.
Al leer esto pienso en los efectos que podrá haber provocado en ese niño el olor de una casa frente al olor de un hogar de menores de régimen cerrado, o de los juzgados. Pienso en las manos de esa mujer (aún sin conocerla) frente a las manos de los policías que trasladaban al niño de un lugar al otro. Pienso finalmente, en las manos de Marta por las que circula el alimento de la tarde frente a las manos de la calle por las que circulan quizás otras cosas. Y traigo esto, porque al pensar en el Comedor Comunitario como una institución social que se está haciendo cargo de algunas de las infancias de ese barrio de Paraná se hacen visibles las múltiples formas en que se va tejiendo lo social, lo comunitario. Pienso entonces, en cómo las instituciones pueden construir hospitalidades que contengan, potencien y escuchen las infancias allí presentes. Pienso en las formas de ir habitando espacios para construir hospitalidad desde y con lo que allí ya se está tejiendo. Aún así, la pregunta sigue resonando: ¿cómo escuchamos ese enunciado de Marta-quiero que los chicos no estén en la calle- y  cómo respondemos a él? Intento recorrer el trazado de esa posible respuesta en algunas escenas de taller, que me permiten volver sobre algunas cosas que comienzan a escribirse e inscribirse en el Comedor.

Primera escena: Peras de agua

Los chicos van llegando de a poco al comedor, la puerta está siempre abierta. Entran y salen del espacio según lo desean. Algunas veces todos se sientan alrededor de la mesa, otras veces Sole va sirviendo y así van merendando, un poco más dispersos, hasta que la merienda se disuelve y ya no queda nadie. Los talleres en el comedor duran lo que dura la leche, pero el último lunes (de abril) que fuimos el frío nos retuvo un poco más y el comedor se transformó como en una casita en la que hubiéramos jugado toda la tarde.
Con I. empezamos a forrar con papel crepé amarillo una caja para guardar los materiales que Ayelén nos había alcanzado a través de Marta, respondiendo a un pedido nuestro de insumos para trabajar allí. Con plasticola y tijera, con ansiedad y cuidado fuimos tejiendo un sol de cartón mientras afuera llovía. Kevin empezó a leer una carta-poema de Arnaldo Calveyra (vuelta libro “toda ella sola”, como escribió después, por el trabajo editorial de Mágicas Naranjas) y desde ese poema llovido y con olor a torta frita desplegamos los poemas que habíamos llevado: los poemas frutados y frutales de “Cerca del paraíso”, un poemario de Marylin Contardi que acabo de conocer y me tiene hace un tiempo deslumbrada. Empiezo a leer con I. El cuerpo sobre la mesa, los dedos medio pegoteados de la plasticola: “Peras de agua” (amarillas, perfumadas, lisas y húmedas). Del poema a I. le gusta la seda, que marca y envuelve con algo parecido a un círculo, con una fibra rosa sin saber bien dónde marcar, dónde empieza y termina la letra o cuál es la palabra. Después dibuja una pera muy amarilla con fibra y el papel de seda con témpera verde (pero antes descubrimos que la seda es suave como el pincel en la mano: I. dice que le gusta entregando el dorso de su manito abierta a la suavidad de seda del pincel). Creo que es en ese acto de I. de abrir la mano con insistencia y mirarme para que yo le entregue la seda del pincel donde se gesta la lectura (y la escritura) del poema.

Segunda escena: Dar de comer, dar de leer, dar a ver


El taller se ha ido tramando a través de nombres de algunas mujeres: Marta, Sole, Mirta (Rosenmberg), Roberta (Iannamico), lejana Úrsula, Marylin (Contardi): mujeres que dan alas a los gatos, pero también leche calentita con chocolate, frutas y crema de belleza con olor a rosas, que dan recetas (de cómo cocinar la polenta con el mar bulliente, desvanecer la montaña para que se vuelva colchón calentito), desenvuelven el perfume del papel de seda que trae las peras de agua desde Río Negro. Cuando pregunto por “Río Negro” uno de los chicos responde que es la calle. La calle que queda en el centro. Desde atrás, en un movimiento que se sale del territorio propio del taller alguien corrige: ‘la calle esa no queda en el centro, queda por acá a la vuelta’, dice esa voz adulta. ‘Y ella te habla de la provincia, en el Sur’, continúa. Pero me pregunto cuál es el centro para ese niño y si ese Río Negro-provincia existe o por qué no existe, de ser así. Hay allí una lectura regida por leyes propias del taller: se empieza a construir un territorio singular desde el cual leer el poema, con otras reglas, otras leyes de lectura.

Dejar marcas. Construir la escena del taller

En el primer taller Úrsula nos prestó sus gatos alados, en el segundo vino “Nomeolvides” de Roberta Iannamico, con su recetario para cocinar polenta con el mar. Esa vez los poemas eran cuadros para ser colgados. Los leímos, los rayamos, los pintamos y los volvimos a leer. Fuimos colgando cada poema con los chicos, como forma de dejar marcas de ese taller allí en el comedor, como la caja de materiales de crepé amarillo, como las plantas de agua que acercamos en frascos y que ahora cuida Sole: empezar un jardín -aunque minúsculo- es una forma de empezar a brotar un lugar, de florecerlo. Formas mínimas de empezar a responder por aquello que el comedor es para los niños y niñas que van allí cada tarde que está abierto para ellos pero también para responder a Barriletes y sus formas de pensar y abordar las políticas de infancia. O como propone Minnicelli: ceremonias mínimas, formas mínimas de dar comienzo a aquello que la psicoanalista piensa en términos de necesidad: “indagar cómo crear dispositivos por los cuales sea posible diseñar marcos específicos que instituyan diferencias; cortes que permitan operar tanto con aquellos chicos y adolescentes que hablan por sus heridas sin marca, sin cicatriz, sin mitos ni leyendas -que permitan bordear lo real-, como con aquellos niños y adolescentes ávidos de sostén que habilite el pasaje para que el juego significante de la historia señale alguna diferencia a la plasmada por la repetición ciega e incesante de lo que no cesa de inscribirse”.
En ese tiempo en que las madres del comedor dan de comer es donde nosotros damos de comer con ellas otra cosa. Comenzamos a llevar palabras, poemas, porque es allí donde nosotros mismos encontramos los velos que nos permiten enunciar lo inenarrable de lo real. Empezar a dar mitos y leyendas que permitan simbolizar. Acompañar a buscar una idea, o como dice la poeta María Cristina Ramos, acompañar “el encuentro con el traje lingüístico necesario”: en el último taller, antes de irnos, los chicos toman la cámara de fotos y de a uno van retratando, o mejor, construyendo escenas de taller. Nos llevamos sus fotos para que nos enseñen ellos a mirar el taller, a mirar qué pasó esa tarde allí.

* * *

Nos vamos a la parada del 1 y vemos a I. que viene corriendo desde las callecitas de más adentro y paraguas en mano nos saluda, como tropezando, agitando su otra manito hasta que nos subimos y el colectivo arranca. Churruarín: ese nombre que se desborda de la misma calle a la que nombra deviene línea mientras avanza hacia el Comedor, pasa, se pliega y nos permite imaginar nuevos vínculos institucionales desde los que sostener las políticas barrileteras de infancia.


Vuelvo a citar a M. C. Ramos: “Somos […] el impulso que va desde lo que somos a lo que imaginamos ser, desde lo que hacemos a lo que soñamos. Somos el movimiento, entre la realidad y algo que está más allá”. Vuelvo entonces al enunciado de Marta: que los chicos no estén en la calle. Si en la calle la adversidad de lo real golpea a las infancias dejadas en banda, si en la calle rige la ley del destino a ser lo que otros nos dicen que seamos, como su contracara podemos pensar en las formas de que esos niños y niñas hagan del comedor ese algo que está más allá, ese “centro del bosque, a salvo de miradas extrañas, en el lugar donde el verde traza una línea que une el cielo con lo hondo de la tierra” (Ramos, de nuevo). Esa línea que une la punta del paraguas de I con la rueda del Fluviales que me lleva de vuelta hasta Santa Fe, cruzando el río, hasta el próximo mes.




[1] Este texto se escribió en un principio para el último Ateneo de Prácticas en torno a la infancia, espacio que propicia el Área con Niños y Niñas en Barriletes en Barriletes para pensar, revisar y discutir las concepciones de infancia sobre las que sostenemos nuestras prácticas.
[2] Se trata de un libro-álbum de Beatriz Doumerc y Áyax Barnes, publicado en Argentina en el año 1975, y censurado por la Dictadura ese mismo año.  

Cuidar el corazón. Huellas y puertos. - Entrevista a Norma Barbagelata.


Por Mariángeles Garcia y Kevin Jones


“Sabemos que la palabra corazón es excesiva, inmensa, y al mismo tiempo, está devaluada, banalizada y mercantilizada, abundan los ositos de peluche con corazones que dicen <<te quiero>>… Recordamos que Marguerite Yourcenar decía <<el corazón es algo que se vende en las carnicerías>>. Aún así, deseamos encontrar un lugar para el corazón, un puerto donde alojarlo que no sea los ositos de peluche ni las carnicerías.”

Norma Barbagelata, Lo que inquieta al corazón.

Desde el año pasado, en la Biblioteca barriletera “Esos Otros Mundos” sostenemos un trabajo de investigación, que se presenta como continuidad de los talleres de formación interna entre quienes, a partir de Barriletes, se vinculan con niños y niñas que se vienen produciendo en nuestra institución desde hace algunos años. En el marco de este andar, comenzamos a leer textos que nos permitan observar nuestras prácticas, construir nuevos modos de pensar y reflexionar acerca de lo que pasa en los talleres de Mediación de Lectura en los distintos espacios donde suceden: la escuela, el barrio, el hospital. Así llegaron a nuestra biblioteca algunos escritos de Norma Barbagelata. 

Norma es Psicoanalista, Licenciada y Profesora en Filosofía y ejerce como docente en distintas instancias universitarias, de posgrado y maestrías.

Cuidar al corazón

Nos detenemos un momento en su texto “Lo que inquieta al corazón”. En ese comienzo, en ese tratar de darle un lugar al corazón –que citamos al comienzo de esta nota-, sentíamos que allí en ese párrafo podíamos permitirnos hipotetizar que nuestra Biblioteca, Barriletes, era una forma de darle un lugar al corazón, de construir un puerto entre lo íntimo y lo social. 

─ ¿A qué sitios crees que deberíamos apostar para “buscarle un lugar al corazón”?

─ Creo que uno busca eso desde su propia necesidad de vivir. Es decir: de vivir con sentido, de vivir haciendo lo que realmente querés hacer. De vivir cercano a tus verdades. De vivir haciendo lo que te parece que tenés que hacer, digamos. Y siempre, por supuesto, sabes que negociás cosas. Sabes que dentro de vivir en este mundo tenés que aprender a ir a un banco y hablar con el cajero automático; tenés que aprender a hacer una propuesta de investigación -que cada vez tiene más pasos burocráticos y que perdés algo así como el setenta por ciento de tu energía rellenando papeles. 

─ El universo kafkeano nos acecha, lo tenemos en cuanto abrís la puerta de la Universidad. Te encontrás del otro lado con gente maravillosa y de repente decís, “ay no, no estamos en un universo de robots”. Pero al mismo tiempo hay una Reglamentación en la Universidad donde, también, todos estamos obligados a cumplir ciertas cuestiones que la burocracia, que la vida social nos impone. Y ahí salís de lo que te gusta y de lo que querés, y de lo que te empuja al corazón y operas desde otro lugar. El tema es que el corazón no se te seque, no pierda el contacto con vos mismo, porque sino te perdés la posibilidad de la sensibilidad. Yo no la quiero perder, porque disfruto la sensibilidad. La insensibilidad es una cosa feísima, es lo que produce que la gente entre en esta desmesura capitalista de tener más y más porque son absolutamente insensibles. Y eso lo pagan demasiado caro. Yo prefiero sentir de otro modo. Conservando mi corazón. Relacionándome con gente que preserva su corazón.

─ También cuido mucho a los trabajadores que se desempeñan en la línea de "trinchera", aquellos que se desempeñan en contacto con la parte más rechazada  de lo social. He trabajado bastante esta cuestión de “hay que cuidar al corazón, compañeros”. (…) Hay que hacer un entrelazamiento Eros (amor) y Thánatos (muerte) todo el tiempo, de manera tal que vos puedas renovar las alegrías de los encuentros, la risa, el disfrute. Y no que te quede una especie de cosa masoquista, gozosa, de sufrimiento: ese niño que no me lo puedo sacar de la cabeza. No. Tenés que poder sacártelo de la cabeza. Tenés que poder olvidarlo, para poder renovar tus fuerzas, para poder volver a trabajar en ciertos lugares. El corazón tiene todas esas cosas. Ese cuidado que hay que tener con él, y al mismo tiempo es por lo único que vale la pena hacer las cosas. 



El cuidado de la infancia 

Desde Barriletes, en el vínculo institucional con la infancia, puede buscarse un cuidado del corazón. 

─ ¿Cómo pensas vos estas cuestiones en la relación a las infancias y las instituciones públicas en Paraná? Si hay faltas ¿Qué deberíamos atender, o qué fortalezas deberíamos seguir manteniendo? 

─El tema de la infancia es un tema que nos ha ocupado mucho. Hace veinte años atrás, en una Asamblea del Colegio de Psicólogos me acuerdo que hablamos, frente a todos los colegas, y nos propusimos que el Colegio tenía que tomar el tema de la infancia como un tema prioritario, porque veíamos que estábamos asistiendo a un suicidio colectivo, en la medida  en que permitíamos que, en nuestra ciudad y en nuestra sociedad, los chicos se criaran en la calle. Porque si los chicos se crían en la calle, si no hubo ningún cuidado, ese niño no va a aprender jamás lo que es cuidarse o cuidar al otro y lo único que sabe es buscar lo que necesita para sobrevivir de la manera que fuere, sin ningún cuidado ni por su propia integridad ni por la integridad de nadie. Esto es un nivel de disolución cultural que atenta contra la posibilidad misma de la cultura. Es lo que dice Freud en El malestar de la civilización: Una cultura como la nuestra, que plantea los goces con esta distribución es una civilización suicida. Yo sigo pensando que tenemos posiciones que son absolutamente suicidas. Y a partir de ahí estuvimos trabajando en forma recurrente en el tema de la infancia. 
─Como adultos tenemos que preguntarnos, intervenir, decirle a otros, decirlo en los diarios, decirlo en nuestros escritos, promover instituciones... Yo trabajé muchos años con el equipo de Infancia de Santa Fe, que dependía de Salud Mental y trabajaba con los niños de la calle. Hicimos un montón de trabajos. En este momento llevamos hace un año un laburo de recopilación de los trabajos que se hicieron con el equipo de Santa Fe, un equipo maravilloso de gente. Psicoanalistas, terapistas ocupacionales, profesoras de gimnasia, trabajadores sociales. Estuvimos cuatro años trabajando esa experiencia. Y hay experiencias de todo tipo. Entonces, yo  planteo la cuestión del trabajador y el impacto que producen estas realidades tan duras, para nosotros: no solo para el que la vive. Son durezas diferentes y que tenemos que aprender a situar. Son dificultades distintas. Pero para nosotros es difícil. Se te mueven todas las identificaciones, acerca de lo que está bien, de lo que está mal, de lo que es un ser humano, de lo que es el dolor, de lo que es el placer. Todo. Se te mueve todo. Sobre todo se te mueven las responsabilidades sociales que tenemos. Es complicado eso. 

─Es necesario poder desidentificarse. A mí me parece que en esos momentos, es interesante que en el grupo ustedes, tomen la idea de hablemos de lo que nos conmocionó, fundamentalmente. Qué me impactó a mí. Me impactó cuando Fulanito dijo tal palabra, o cuando Menganito contó cómo le pegaba el papá, o cuando Sultanito contó cómo vio cuando mataban a alguien. 

Así, Norma plantea que es necesario poder separar, crear una distancia entre aquello que el niño nos cuenta, su propio malestar, su dolor, de aquello que en nosotros despierta y resuena como angustia. Poder identificar por qué para uno, como tallerista en este caso, aquello que escuchamos, vemos, sentimos, tiene ese correlato, poder diferenciar e identificar qué es lo que nos conmocionó a nosotros, como sujetos. Y sitúa:

-Porque tu trabajo es ese: no confundir tu angustia y tus representaciones con las del niño, y si vos tuviste un impacto tan fuerte, las confundís y se las aplicas. Ahí el niño se ve desde un lugar que le resulta más doloroso todavía. Tu mirada le hace doler en un lugar donde a él no le dolía. Bueno, entonces, aprender de eso. No quiere decir ser insensible a ese dolor que uno sabe que el niño trae. Hablemos de ese dolor que el niño trae, y veamos cómo podemos ayudarlo en ese dolor que el niño trae. Con las posibilidades que el niño mismo nos tiene que decir que él encuentra. Porque él es el que conoce su medio. Él es el que sabe si hay una vecina tres cuadras más allá que, si él va le da un refugio durante tres horas. Él es el que tiene que acordarse en la charla con vos que está esa vecina. En todo caso, lo tuyo es promover a que encuentre qué cosas le han hecho bien. En qué momento ha logrado, o con qué cosas se olvida. O incluso más, el espacio que les estoy proponiendo es un espacio que permite el olvido. Eso me parece que es fantástico.

─Tenemos que construir un Otro Social, con instituciones, con personas, aunque sea de a ratitos, y que intenten introducir estos niños en un mundo simbólico donde tengan posibilidades de hacer otra cosa que matarse. Porque aquí es como dice Safouan que dice Lacan que dice Freud: la palabra o la muerte. Nosotros vamos por la vía del Eros enlazada a la palabra; lo otro es la vía del Thanatos, que se enlaza a las armas, a la guerra, al cuerpo a cuerpo, a la violencia. Nuestra propuesta es la otra, la del Eros.



Las ilustraciones de este post pertenecen a Mandana Sadat

martes, 4 de octubre de 2016

Algunos fragmentos del VIII Festival Nacional de Poesía en la Escuela en Paraná





Compartimos apuntes y registros de dos actividades planificadas este año en el marco del VIII Festival Nacional de Poesía en la Escuela que tuvo lugar en nuestro país entre los días 15 y 30 de septiembre. 

Para saber más sobre el Festival, así como adentrarse en las actividades realizadas en el resto del país, envíamos al sitio del Festival: BLOG - Poesía en la Escuela.









Miércoles 28 de septiembre. En la Escuela Nº197 Héroes de Malvinas.




El miércoles 28 de septiembre fuimos a celebrar el Festival con los chicos y chicas de la Escuela Primaria Nº 197 Héroes de Malvinas. Conocemos esta escuela porque participamos el año pasado con actividades en la Maratón de lectura, y después sus directivos nos invitaron a hacer un taller allí durante este año. Desde la Asociación Civil Barriletes realizamos en el barrio Paraná V, donde se ubica la escuela, un taller semanal que sucede en una plaza y en el Centro de Salud Arturo Illia, a
media cuadra de la escuela. Justamente por eso, nos gustó la idea de trabajar en esa institución escolar, porque desde los pequeños espacios que habitamos semanalmente en el barrio apostamos por un trabajo comunitario, en el cual se generen articulaciones entre las instituciones presentes allí.

Proyectamos un espacio de taller mensual en la escuela, con los niños y niñas del Primer ciclo, teniendo dos encuentros con cada grado. Uno de ellos sucede en la biblioteca escolar y el otro en la Sala comunitaria del Centro de Salud. A partir de este trabajo con el Primer ciclo, pensamos la propuesta que queríamos llevar en el marco del Festival.



¿La poesía puede estar en la escuela?



Esa pregunta anduvo asomándose entre la biblioteca escolar y el patio en donde nos encontramos con los chicos. Llevamos solo poemas de Edgardo Zotto, un poeta nacido en Rosario que falleció hace muy pocos años. Queríamos hacerle esa tarde un homenaje. No conseguimos toda su obra, pero sí teníamos sus dos últimos libros hermosos publicados por Iván Rosado, Diario del regreso y Mayo del ´68, y uno del 2010, titulado Buceo. A partir de esos tres poemarios, armamos una antología para leer esa tarde. Fuimos a la escuela con nuestros susurradores, muchas tizas, pinturas, hojas y lápices. Invitamos a una compañera barriletera que estudia fotografía para que haga un registro. Muchas veces las escenas de taller que se construyen son tan intensas, que buscar la cámara para una foto, salirse de la escena, hace que se diluya. Por eso nos resultó necesario ese trabajo sigiloso de Stefa.




Elegimos los poemas de Edgardo Zotto por las imágenes que construyen. Poemas por lo general breves, que trabajan sobre detalles imperceptibles para el trajín cotidiano, como en Gouche: “Goma y miel/ en el agua que diluye/ las flores del laurel/ y en el esbozo del arroyo que/ de tan pequeño/ se confunde con la gota/ de rocío que cae/ en el papel de la mañana” (Buceo, 2010).  Con estos poemas, les propusimos a los estudiantes armar un álbum. Ese álbum sería intervenido tanto por los de Tercer grado como por los de Primero, así que por eso les pedimos ayuda a los más grandes para transcribir la antología en grandes hojas y después sus compañeros ilustraron el significado de alguno de los versos de esas transcripciones. De esa tarde, detrás de los papeles con poemas intervenidos por los gurises, quedan imágenes luminosas, algunas de las cuales trataremos de rememorar.

El encuentro de los chicos de 3ero con Diario del regreso fue con los ojos cerrados. Estuvimos en la biblioteca, sentados en dos grandes hileras de bancos enfrentadas, imaginando cómo sería ese libro, cómo serían los poemas que tiene dentro, como sería quien los escribió. De pronto, una pregunta hace que nos pongamos a escribir. ¿Qué es un regreso? ¿Cómo es tu regreso desde la escuela a tu casa? Hay distintos materiales en una mesita, para elegir a gusto. Por ahí alguien vuelve a preguntar qué es un regreso, en voz bajita porque en ese momento la actividad era silenciosa.


















En los recreos, nos llevamos al patio los susurradores y un par de libros de la biblioteca escolar. En el recreo de la mitad de la jornada, los gurises toman la merienda, así que nos colamos en el comedor para llevar algunas palabras con que acompañar la merienda. Había pocos niños. Cada tallerista andaba con un libro, susurrando, tirando al aire los textos que llevamos. Entre ellos, La vaca ventilador de Graciela Repún. Los poemas que escribe Repún trabajan desde distintas formas, construyendo caligramas o juegos con distintas onomatopeyas y sonoridades. Algunos de ellos leímos también en el primer recreo, sentaditos debajo de una sombra.



En la última hora trabajamos con los chicos y chicas de primer grado. Antes de que pudiésemos proponerles alguna actividad, armaron con nosotros una ronda muy apretada, y en esa escena tuvo lugar también esa pregunta por la poesía. Por si puede o no venir a la escuela. Por cómo hace para venir. Por dónde está entonces la poesía. Charlamos así en ronda por un buen rato. Después nos dividimos en grupos para intervenir los poemas que los estudiantes de tercero habían transcripto.




Además de imágenes, nos fuimos de la escuela con ruidos, ¿es la escuela un lugar en el que se puedan cerrar los ojos? Una acción tan mínima, pero que para permitírnosla debemos sentirnos seguros, sabiendo de que no nos pueda pasar nada. ¿Es la escuela un lugar en donde se puede construir intimidad? La poesía genera cosas, sentimientos, movimientos. Nos hace saber que somos sujetos frágiles. De allí el riesgo de cerrar los ojos, escuchar el susurro de unos versos, compartir impresiones, lecturas personales con compañeros y compañeras. De allí la luz de estas escenas que quisimos registrar. ¿Es la escuela un lugar para los poemas de Edgardo Zotto? Desde nuestro quehacer en la Biblioteca “Esos otros mundos” venimos trabajando en las escuelas con poemarios que no son pensados para un lector infantil, problematizando una idea hegemónica de literatura infantil que desde las lecturas de Diaz Rönner (La aldea literaria de los niños, 2011) nos hace ruido. Así es como propiciamos “contrabandos discursivos” al decir de la investigadora, contrabandos de los cuales los chicos se apropian y producen otros modos de lecturas que siempre nos sorprenden.













Viernes 30 de septiembre. En la Asociación Civil Barriletes.



Al igual que el año pasado, nos interesaba poder incluir dentro del Festival una instancia de formación que nos permitiera volver a pensar las prácticas. Esa instancia fue el Panel Sobre los bordes de la Escritura y la Infancia. Un espacio en que los profesores e investigadores Germán Prósperi y Daniela Fumis compartieron sus saberes en torno al borde teórico que implica la instancia de escritura en la infancia. El eje de este encuentro fueron las escrituras infantiles compiladas en Y las estrellas caminaban como nosotros (Ediciones Barriletes, 2016).

Desde la Biblioteca Comunitaria decidimos abrir ese panel confesando las inquietudes que nos llevaron a planificarlo en el marco del Festival de Poesía en la Escuela. Creemos que transcribir esas palabras es la forma más sincera de compartir parte de lo sucedido esa tarde.

Imaginamos esta Biblioteca durante los últimos años como un dispositivo de intervención territorial, de formación específica en torno a la Mediación de Lectura, y de gestión, no solo cultural sino también política. Una Biblioteca de talleristas, que hace comunidad desde el trabajo situado junto a otras instituciones (la Escuela, el Comedor, el Hospital) de nuestra ciudad a partir de los abordajes que son construidos y llevados adelante por los diferentes integrantes del Equipo de Mediación de Lectura que conformamos dentro de una Organización Social, cuya solidez y transparencia nos enorgullece cotidianamente.

Cómo capacitarnos para lo que no hay capacidad, se preguntaba a fines del año pasado la psicoanalista Norma Barbagelata. ¿Qué esperamos de los saberes? Cómo formarnos para lo impensado que la vulnerabilidad social nos muestra. En esa fragilidad a la que nos exponemos las Organizaciones Sociales, hay nombres propios a los que volvemos, a los que convocamos para saber cómo volver. En el proyecto comunitario de la Biblioteca barriletera, las voces de Germán Prósperi y Daniela Fumis, docentes e investigadores de la Facultad de Humanidades y Ciencias (UNL), se inscriben en la trama de vínculos que nos sostienen. Vínculos que nos siguen permitiendo volver a mirar las prácticas y, aún más, seguir teniendo tiempo, cuerpo y corazón para poder seguir llevándolas adelante.

La profundidad de sus preguntas en torno al borde construido entre la infancia y la literatura, la insistencia en colocar a la infancia en un lugar de inestable interrogación, nos hace fantasear con las lecturas posibles que estos profesores aporten alrededor de Y las estrellas caminaban como nosotros. Un libro concebido como archivo de la escritura sucedida en los talleres sostenidos junto a niños y niñas de los barrios Paraná y Villa Mabel. Un libro entendido también como modo de intervención sobre estas escrituras, como propuesta de una política de lectura que finalmente entienda a las escrituras infantiles como escrituras literarias, donde demos lugar a una autoría infantil como parte de la sensibilidad autónoma en la infancia.



Este Panel entonces cierra el círculo propuesto por la publicación de Y las estrellas... al invitar a los “críticos literarios” a leer el papel escrito en letra de niño. De esos desfasajes vivimos quienes apostamos aún a la palabra, a la transferencia, a la trama comunitaria. De esos aprendizajes inesperados sabe el Festival Nacional de Poesía en la Escuela, esa experiencia federal que desde hace siete años aúna instituciones educativas y culturales de Argentina año a años en pos de proponer acercamientos de la poesía y los poetas a la Escuela.

Desde el año pasado, Barriletes forma parte de este Festival proponiendo un trabajo interinstitucional que este año nos encontró visitando la Escuela Nº197 Héroes de Malvinas. Desde el pasado quince de septiembre hasta hoy, se han repetido en nuestro país las más diversas experiencias de Taller, visitas de poetas y propuestas artísticas en el marco de ese Festival, al cual este Panel se suma. Mirar las fotos, leer los registros, observar el libro publicado por el Festival este año, Pie firme sobre cálido cielo, nos reconfirma certezas, nos vuelve a hablar de las posibilidades que encontramos en medio de los imposibles.

Este año en particular, el Festival Nacional de Poesía en la Escuela se nos presenta como nuestro más claro movimiento frente al vaciamiento del Plan Nacional de Lectura y la discontinuidad de las políticas de compra de libros por parte del Ministerio de Educación Nacional. Esos libros que permiten, en las diferentes escuelas que transitamos, a muchos niños y niñas tener por primera vez la experiencia de ser lector de biblioteca.

De pronto vemos a los poetas fotografiados con tiza, en pose de maestros, usando el pizarrón. Y así la escena escolar se mueve, porque vuelve a señalarnos su necesidad. Migrar la palabra poética al aula, migrar la palabra áulica a Barriletes.

Uno de los textos de Germán favoritos de esta Biblioteca es “Decir el mar: algunas hipótesis sobre la formación docente”. Varias veces lo hemos fotocopiado y dado a leer a las docentes y bibliotecarias con que trabajamos. Se trata de un texto viejo, escrito en Santa Fe para otro público, en el cual ninguno de nosotros nos contábamos. Desde esa escritura hasta aquí, en ese desfasaje de tiempos y espacios que llamamos lectura, se construye esta Biblioteca. Aún tratamos de responder a ese texto, Germán. Quizás porque el deseo sigue provocando excesos.