Presentación del Libro del jardín en el II Festival de Verano (Biblioteca Genoveva)
El domingo 4 de febrero de 2017 estuvimos en la Segunda edición del Festival Las Hortensias, que organiza la Biblioteca Popular Genoveva del Delta de San Fernando. El trabajo de esta comunidad amorosa alrededor de la Biblioteca es increíble: llevan adelante el Programa Libros para viajar, que nutre con literatura los largos viajes en lancha de chicos y grandes hacia sus escuelas; han ampliado el fondo bibliográfico de la institución y lo han especializado en literatura isleña; y llevan adelante también una Escuela de Canotaje que ya cumplió un año. Todo eso se vivió también en el Festival. Ahí participamos de una mesa sobre Edición e Infancia, junto a Fabiana Di Luca de La Grieta (La Plata) y nuestra poeta amiga Cecilia Moscovich (Santa Fe). Las fotos son de otra querida amiga, Silvia Castro.
Publicamos el texto que nuestro tallerista Lautaro Maidana llevó a Las Hortensias para presentar el Libro del jardín (Ediciones Barriletes, 2016).
He
escrito un puñado de palabras mientras esperaba este Festival para
contarles algunas cosas en torno al Libro
del jardín, la
tercera publicación hasta el momento del proyecto Ediciones
Barriletes. Este libro tiene una escena inaugural. Es, sin embargo,
una escena que me falta. No estoy en esa aula de la Escuela Primaria
N.º 202 “Gaspar Benavento” de mi ciudad, pero mis compañeros me
han contado varias veces que fue una mañana luminosa.
Sofía,
Milena y Kevin, talleristas de la Biblioteca “Esos otros mundos”,
han preparado un taller para niños y niñas de un quinto grado de
esa escuela paranaense que estábamos conociendo en 2014. Inquietos
por el desafío de María Adelia Díaz Rönner (2011) a acarrear
nuevos textos a la infancia, y así marcarle otros límites a la
literatura infantil, estos tres talleristas les leen a un grupo de
niños y niñas de alrededor de 10 años un fragmento de la novela La
cama de Aurelia del
poeta Arnaldo Calveyra. ¿Cómo llegaron a esa situación? ¿Cómo
generaron las disponibilidades
necesarias para que esos niños entren
en poesía (Devetach,
2008), es decir, para que puedan estar de otro modo en el tiempo y en
el espacio de esa aula cuando escuchan a otros leer literatura?
Aunque estos son los datos que me faltan, he visto, he leído y he
tocado varias veces lo que surgió después de esa lectura. En la
novela, Aurelia Campodonico fue llamada por su madrina a mirar un
jardín afuera de su casa. En el taller, un grupo de niños dibujó y
escribió ese mismo jardín con trozos de imaginación provenientes
no solo de esa lectura reciente, sino de todo un camino lector y
cultural previo.
Hoy,
esos papeles que quedaron del taller conforman el pliego desplegable
y a colores que acompaña el Libro
del jardín. En
ese entonces, esos mismos papeles nos entusiasmaron a planificar
junto a Graciela Genre Bert, la bibliotecaria de la escuela, seis
meses de trabajo para el año siguiente, 2015, en que ese grupo
cursaría el sexto grado de la escuela primaria. Pero, además, esas
escrituras y dibujos infantiles vinieron a legitimar, para nosotros,
una serie de hipótesis de lectura que nos permitía leer en los
textos de ciertos escritores del Litoral una poética particular, la
del jardín.
“Apuntes
para un Jardín” fue el nombre del grupo de lectura que a comienzos
del 2015 acompañó ese proceso de planificación de los talleres, en
el cual los talleristas leímos, discutimos y compartimos a los
poetas que llevaríamos luego a la escuela. Poemarios de Diana
Bellessi, Arnaldo Calveyra, Beatriz Vallejos y Reynaldo Ros fueron
los alimentos literarios para pensar cómo llevar adelante un taller
de poesía mensual junto a un grupo particular de estudiantes
primarios y con el objetivo de inventar un libro durante todo ese
proceso.
Después,
otras fantasías
alimentarían nuestro proyecto de trabajo. Si en una mañana de
taller habíamos dibujado todo un jardín de flores, ¿podríamos
llegar a escribir un libro entero sobre ello, un libro sobre el
jardín? ¿Qué caminos era necesario, entonces, tomar? Más aún, si
ese camino se recorrería en una escuela, ¿escribir un jardín no
supondría un proceso de enseñanza y de aprendizaje? Comprometidos
en hacer que un taller de mediación de lectura tenga impactos en
cómo se piensa la enseñanza de literatura en nuestras escuelas, el
proyecto de trabajo que devino en este libro supuso la hipótesis de
que para leer y escribir poesía es necesario establecer un vínculo
pedagógico entre personas y textos, el cual posibilitara la
emergencia de esos aprendizajes, luego de un trabajo perseverante en
el tiempo.
Por
eso, este libro proviene de esas y de también otras demoras
perseverantes en el tiempo. Demoras junto a compañeros de militancia
en Barriletes, la Organización Social de la que formamos parte, en
la redacción de un proyecto de financiamiento del Estado municipal
para que este objeto fuera posible materialmente. Demoras junto a
Graciela y otros tantos trabajadores de la educación sin cuyos
andares constantes y guías nuestra visión sobre lo que aún podemos
hacer en la escuela sería acotada. Demoras junto a amigos
talleristas en preparar talleres y luego escuchar los ruidos del
hacer que ahí se producen. Demoras junto a niños y niñas en el
silencio envolvente de un poema para aprender a leer y escribir
poesía.
Regalo bordado de Marisa Negri y Gabriel Martino
En
1986, Laura Devetach, sorprendida por las preguntas que alrededor del
amor, la muerte y la escritura muchos chicos le hacían cuando ella
los visitaba en sus escuelas, se lamentaba de cuán desamparados
estaban los niños para hablar y ser escuchados sobre ciertos temas
(habría que ver si hoy lo siguen estando). Nos animó, entonces, a
los más grandes, a los responsables individual y colectivamente por
los más chicos (Montes, 1998), a volvernos más “maestras
compañeras” con esta pregunta: “Si estamos preparando a los
chicos para que se expresen: ¿estamos preparados nosotros para
escucharlos? (1991:100). Me gustaría que en esta presentación, en
la que seguro me estoy olvidando de contarles otras cosas
importantes, nos detengamos a escuchar también qué dicen los niños
poetas.
Martín,
en un taller en que le escribimos cartas a ciertas palabras, se hace
preguntas que fundarían el arte poética de cualquier escritor que
las lea y que de ahora en más quiera escribir algo sobre el paisaje.
PAISAJE:
¿Por
qué todos te admiran?
¿Por
qué te sacan fotos?
¿Por
qué te adornan con flores y
plantitas?
¿Serás
único, no lo sé, serás fantástico?
Cada
vez que te visito me sorprendes, en
cada
lugar que voy te veo, serás infinito. (2016, 46)
Por
su parte, Gabriel, dentro de un abismo extraño, puede conjugar la
lengua escolar y la silvestre para conocer mejor el mundo de palabras
que el taller le ha puesto a disposición. Él le pregunta al ¿POR
QUÉ? (2016, 30):
¿Por
qué en todas las palabras te usan?
¿Por
qué te llamas por qué?
¿Por
qué no te gustan los humanos?
¿Te
gusta el petróleo?
¿Te
gustaría conocerlo?
¿Por
qué el Pablo no vino a la escuela?
¿Eres
raza indígena, mulato, etc.?
¿Eres
fantasma?
¿Te
gusta que te usen?
¿Cómo
te sientes?
¿Le
vas a hacer una denuncia a
Sarmiento?
¿Qué
sexo sos?
¿Tenés
amigos o amigas?
¿Me
amas a cuanto más con las mismas ganas? ♫
Me
pregunto: ¿por qué nos importa escuchar, leer, lo que tienen para
decir los niños? ¿Por qué es importante hospedar la infancia,
hacerles un lugar de protección integral en nuestro mundo de
grandes? En relación con esto, ¿qué puede un taller de poesía
mensual en la escuela, organizado por cuerpos comprometidos de
adentro y de afuera de esa institución escolar? Acudo a las palabras
de mis compañeros Hernán y Gabriela, del taller que tenemos en otra
escuela de Paraná, y encuentro en ellas algunas pistas para
continuar. Dicen ellos:
En
medio de una coyuntura en la que el Estado vuelve a ponerse el lente
tecnocrático para leer en clave de estrategia los problemas
educativos es necesario volver a señalar [junto a Flavia Terigi] que
“la enseñanza es el problema que las políticas públicas deben
plantearse desde el principio y resolver en el nivel máximo del
planeamiento”.
Elegimos
entonces volver a la -siempre incómoda- pregunta por el lugar de la
literatura en la escuela desde esta perspectiva: ¿sobre qué
políticas públicas se sostienen esas escenas de intimidad en las
que unx niñx se encuentra ante un poema susurrado o leyendo en
silencio debajo de una mesa? ¿Qué escenas posibilitan las políticas
públicas y sociales en las escuelas? (Baralle e Hirschfeld,
2016:24-25)
Estas
cuestiones tienen sentido en nuestro trabajo como talleristas de una
biblioteca comunitaria y militantes de una organización social en
cuanto hay dos insistencias que, siento, nunca son del todo atendidas
por quienes queremos que lo hagan. Por un lado, una insistencia del
orden didáctico, de políticas educativas. Para que la poesía tenga
un lugar estable, planificado y cotidiano dentro de la escuela,
¿estaremos dispuestos a seguir reclamando políticas públicas y
sociales para que este trabajo artesanal sea válido y posible en
otras escuelas del país, de todo el país, toda una provincia, o
toda una ciudad? En este sentido, y por otro lado, una insistencia
del orden de los acuerdos mayores. ¿Cuándo vamos a lograr, como
comunidad, como sociedad, adscribir a la Ley de Protección Integral
de Niños, Niñas y Adolescentes? Quiero decir, ¿cuándo vamos a
acordar finalmente que es ese el punto de partida para que los
grandes nos hagamos responsables por esos sujetos de derechos que
incluso los niños son?
Por
eso es que también celebro la intervención de este II Festival de
Verano, puesto que en el camino de reforzar el cañamazo de las
tramas de nuestras comunidades podemos responder esas respuestas
mirando y estando cerca del trabajo de la Biblioteca Popular
Genoveva. No quería desaprovechar esta ocasión para también
agradecer por la hospitalidad y la posibilidad de conocer este lugar,
esta hidro-geo-grafía y sus construcciones que tan bien demuestran
que el compromiso y la amorosidad con que trabajan juntos los cuerpos
son una apuesta por el futuro, por los que vendrán en ese tiempo.
Amalia Boselli y Natalia Bindenmaister, de Compañía Torcacita
Por
último, algunas cuestiones personales que también quiero
compartirles. Por una parte, una confesión. Mientras preparábamos
este viaje, les comentaba a Kevin y a Hernán que esta no solo sería
la primera vez que habitaría por unos días una isla, sino que
principalmente estaba muy entusiasmado porque sería la primera vez
que viajaría en un tren. Del lado de mi mamá, provengo de una
familia de obreros del ferrocarril. Incluso vivo en el Barrio
Ferroviario de Paraná. Pero jamás había andado en tren antes.
Siempre había sido parte de relatos familiares, de parientes que
iban y venían de Paraná hacia lugares que todavía no conozco en
Entre Ríos. Cuentos de vacaciones en trenes en los que yo nunca me
había trasladado. Por
eso también quería agradecer a este Festival, por lo inesperado que
un encuentro puede provocar en las personas.
Cecilia Moscovich, Lautaro Maidana, Marisa Negri, Kevin Jones y Fabiana di Luca
Y
por otra parte, un recuerdo. Cuando estaba en cuarto grado, la seño
Marta nos hacía escribir composiciones, pequeñas narraciones que
presentábamos muy formalmente en hoja aparte. Yo me esforzaba por
tener un “vocabulario variado” según nos había enseñado la
seño, lo que era más o menos tratar de no repetir siempre las
mismas palabras, usar sinónimos, adjetivos por doquier, y demás.
Recuerdo el tema de dos composiciones: una era relatar la historia de
Pinocho de acuerdo a la película de Disney que nos habían hecho ver
previamente, y que yo reconstruí como quise o como pude, porque
había faltado a la escuela el día que pasaron esa película. La
otra composición era inventarle otra leyenda a la de los delfines
que contaban los tehuelches. Esta me había gustado más. Era sobre
unos pececitos que, muertos, habían sido tirados al inodoro y luego
resucitados en los conductos cloacales para llegar al mar
transformados en delfines.
Esas
hojas ya no existen más. También me faltan. Nadie las guardó para
volver a leerlas, tocarlas, o preguntar qué pasaba que escribía
esas cosas. En las antípodas de este hecho, el Libro
del jardín se
constituirá como archivo en tanto haya otros que reciban sus
palabras, que las lean como fueron pensadas y publicadas, como
literatura. ¿Acaso escribir y publicar no es lanzar palabras para
que destinatarios desconocidos se arriesguen a hacer cosas con ellas?
Algo de todo esto ya sabía Martín al dejarnos este secreto con la
confianza sin reparos que solo un niño puede dar, y que nosotros
tenemos el deber de cobijar.
Hay
un secreto que ustedes no deben decirle a nadie! El jardín sólo
abre las puertas una vez al año y ese día es hoy así que aprovechá
y andá. (…)
El
jardín queda en tu imaginación si podés ir hoy me vas a ver
jugando con las hormigas contra las mariquitas.
Fin
(2016, 31)
Lautaro
Maidana
lautaro.maidana8@gmail.com
02/02/17
Festejamos el primer año de la Escuela de canotaje
Envíos
Asociación
Civil Barriletes y Escuela N.º 202 “Gaspar Benavento” (2016).
Libro del jardín.
Paraná: Ediciones Barriletes.
Baralle,
Gabriela e Hirschfeld, Hernán (2016). “El lugar de la poesía en
la escuela: entre los espacios íntimos y las políticas públicas”,
en Revista
Barriletes (N.º
183, diciembre 2016, pp. 23-25). Paraná.
Díaz
Rönner, María Adelia (2011). La
aldea literaria de los niños.
Córdoba: Comunicarte.
Devetach,
Laura (1991). “Los chicos del destape”, en Oficio
de palabrera. Literatura para chicos y vida cotidiana.
Córdoba: Comunicarte, 2012.
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(2008). La
construcción del camino lector.
Córdoba: Comunicarte.
Montes,
Graciela (1998). “La infancia y los responsables”, en El
corral de la infancia.
México: FCE, 2011.