A veces es
necesario
un
movimiento de repliegue
para ocupar
un lugar que
siempre está vacío y descuidado.
Juan Manuel Inchauspe (Cerca de 1966)
“Se puede
salir con vida de un terremoto / y después se puede volver -simplemente volver.”
Hace un par
de días, mientras caminaba y pensaba en Juan Manuel Inchauspe, me di cuenta que
este es y va a seguir siendo el poeta al cual siempre voy a volver. Todos
tenemos un poeta al cual regresamos; del cual, cada tanto, sacamos su libro de
nuestra biblioteca, leemos un poema o dos, y lo volvemos a guardar. Dejamos el
libro a la espera de otro acecho.
Umberto Eco,
un semiólogo italiano, en Nadie acabará
con los libros explica que una biblioteca tiene que ser el lugar de los
libros no leídos, tiene que ser un lugar en potencia; un lugar que contenga,
además, lo desconocido. Para mí, sin embargo, una biblioteca es también el
lugar donde guardamos los libros a los que simplemente volvemos. Y la obra de Juan
Manuel Inchauspe es el libro al que yo
suelo volver.
Recuerdo
que en uno de los primeros Talleres de Formación sobre Mediación de Lectura en
el año 2013 Kevin nos había preguntado con qué libro empezamos a leer literatura.
Él se había iniciado con los Diarios de
Alejandra Pizarnik. Esa pregunta, que no sé si alguna vez podré responder,
siempre está ahí dando vueltas. ¿Qué libro nos hace comenzar a leer literatura?
Yo no lo recuerdo, pero tengo el presentimiento de que con Juan Manuel
Inchauspe comencé a leer poesía. Y no porque sea el primer poeta que haya leído;
sólo puedo describir lo que me pasó como
algo extraño, un desacomodo
placentero. Mi lectura de Inchauspe se construye en un vaivén entre el placer y
el goce.
¿Por qué
Inchauspe? ¿Por qué ese poeta y no otro? ¿Por qué sus poemas? Es una pregunta
que me hago cuando cierro la obra completa de este poeta. Mientras preparaba el
Taller Poético de Julio-Agosto, me di cuenta que era la segunda vez que me
detenía a leer los poemarios completos. La primera había sido en Avellaneda
durante las vacaciones, mientras buscaba entre los ruidos de mi casa un espacio
de intimidad. Esta segunda vez no estaba en mi casa, pero sí me encontraba
abrumada de ruidos. Volví a Inchauspe. Volví porque necesitaba un giro hacia lo
íntimo y sólo su poesía me da ese lugar. Volvía a Inchauspe en un momento de
crisis, en un momento en que necesitaba hacer ese movimiento de repliegue que nos señala el poema “Imagen de
caracol”.
Ahora, ya un
poco mejor y con una sonrisa de acogimiento en el rostro, me robo unas palabras
de Inchauspe para cerrar esto que terapéuticamente deseaba escribir.
Pero cuando lo negro despierta en lo hondo a
veces
y entra y sale de uno a oleadas interminables
y uno acepta quedarse:
¿Quién desovilla el inmenso ovillo
con manos de témpano
sin encontrarse –al fin- enredado?
(Es cierto
ahora estoy caminando sobre escombros
de fuego-
pero vuelvo a casa).
[11 de julio
de 1974, Santa Fe]
Sobre la intimidad y el silencio de Inchauspe
Juan Manuel
Inchauspe fue un poeta que nació en 1940 en la ciudad de Santa Fe, y que
falleció en 1991 también en esta ciudad. No sólo fue poeta, sino que también tradujo,
estudió y enseñó literatura. Su obra editada en vida es pequeña; publicó una
serie de poemas en la revista Alto Aire (Santa
Fe, 1965), el libro Poemas 1964-1975 en 1977 y Trabajo Nocturno en 1985. Tres años después de su muerte, en 1994,
la Universidad Nacional del Litoral editó su Poesía Completa, la cual volvió a publicarse bajo el sello
editorial de la universidad en el año 2010 con el nombre de Trabajo Nocturno. Esta última edición, a
diferencia de la de 1994, incluiría los poemas inéditos de Inchauspe, junto con
estudios críticos de su obra, entrevistas y traducciones realizadas por el
autor.
Un lector
puede acercarse a la poesía de Juan Manuel Inchauspe por diferentes lugares. Al
igual que una casa, que posee diferentes puertas y ventanas entre las cuales
nos podemos escabullir, la obra de Inchauspe nos dibuja diferentes entradas.
Sin embargo en todas ellas nos encontraremos con algo similar; nos
encontraremos con la imagen de un sujeto que está atrapado en un conflicto con
la palabra. Un sujeto que busca en distintos espacios un lugar propicio para
hablar. Sin embargo este lugar tiene una particularidad; debe ser uno donde lo
íntimo pueda liberarse, donde los ruidos que aturden en el día a día se
ensordezcan para que sólo sea posible escuchar el sonido de las palabras. La
relación que el sujeto del poema trama con las palabras es conflictiva. El
sujeto y las palabras están siempre en una lucha: “No es fácil estar sentado aquí/ esperando que las palabras vengan al
fin/ a sacarnos de este vacío donde sudamos/ un áspero y conocido perfume a
soledad.” Las palabras que deberían quitar al poeta de esa soledad
abrumadora no llegan, o si se presentan, lo hacen de manera abrupta, violenta: “Como un pájaro nocturno/ alguna palabra
escala mi sangre.// Entiendo que debo quemar mis manos una vez más.// Abro el cuaderno y escribo
rápidamente.// Todo arde.”
Es así que
este poeta en su intimidad se esfuerza por hablar pero no puede, y como cuando
lo hace se quema, tiende a silenciarse. Si todo arde, después del fuego no
quedan más que cenizas, no queda más que aquello que es necesario desechar.
Esto no es algo que se presenta sólo
temáticamente en la poesía de Inchauspe sino que su misma obra lo pone
en manifiesto. La obra de este poeta, como dice Sergio Delgado en un estudio
crítico que integra Trabajo Nocturno (2010),
se encamina hacia el silencio. Juan Manuel Inchauspe es un poeta que en las
publicaciones de sus libros revisa sus poemas anteriores para destruirlos.
Selecciona y elimina aquellos poemas que no merecen ser publicados nuevamente.
Esto justifica que su obra sea tan reducida, tan pequeña: el conflicto con la
palabra se agranda cada vez más en cada poemario,
al punto de obligar al poeta a quedarse callado. Inchauspe es, entonces, un
poeta que trata de construir en su poesía un espacio de intimidad que le
permita resguardarse en la palabra, pero que en vez de eso sólo consigue
quedarse mudo.
Sukhásana
Por otra
parte, dijimos que hay muchas puertas y ventanas para ingresar a la obra de
este poeta, y otra de ellas tiene que ver con la intimidad. Como explica Francisco
Bitar, “en Inchauspe se trata de estar
pero también de ir lo más adentro posible”.
“Estar un poco con uno mismo”
dijiste.
Sí,
alejados del estruendo y las
inútiles utilidades
de
cada día.
(…)
[Cerca de
1966]
La segunda
edición de la obra completa de Inchauspe comienza con un prólogo de Estela
Figueroa, una poeta santafecina amiga de Juan Manuel. Ella se pregunta qué
hacer con unas cartas que su amigo le había enviado. “¿Qué se hace con las cartas de los muertos?”, nos dice. Pero a mí
no me interesa abordar esta pregunta, ni ver qué responde Figueroa. Lo que me
interesa es el lugar donde las había guardado: en el altillo de su casa. ¿Por
qué en el altillo? “Si
psicoanalíticamente hablando el altillo es la cabeza, parece un ejercicio zen”,
agrega.
Me quedé
pensando en esa imagen zen desde que leí el prólogo; al principio me daba
gracia, pues venían a mi mente imágenes de sujetos meditando, o de los canales
donde fluye el chakra. No pensé que un ejercicio zen iba a ser el disparador de
lectura que me permitiría ingresar de nuevo a Juan Manuel Inchauspe. No
imaginaba que ese movimiento de repliegue
era un ejercicio zen. Era tan obvio que lo había pasado por alto. Al fin y
al cabo, todo ejercicio zen tiene que ver con un giro hacia lo íntimo, con la
construcción de un espacio donde el sujeto encuentra la calma tratando de
distanciarse en la mayor medida posible de los ruidos cotidianos. Y una de las
posturas que el individuo adopta para iniciarse en ese camino de repliegue, en
esas horas de meditación, lleva por nombre sukhásana.
No sé lo que significa, no lo he buscado, pero las veces que participé de
clases de yoga no podía evitar pensar que significaba “su casa”, o más
precisamente “mi casa”. Sukhásana es
la postura donde uno se sienta chinito, con la columna recta, los ojos cerrados
y las manos sobre las rodillas (o entrelazadas bajo el vientre). Es la postura
en la que el sujeto busca un momento de serenamiento y estabilidad. Estabilidad
que debe materializarse en el cuerpo. Sukhásana
o, mejor dicho, “su casa” como corporalización de la búsqueda de la estabilidad
y el ordenamiento. Un giro donde uno se vuelve hacia lo más íntimo para tratar
de construir paz en un cuerpo que, por lo general, se encuentra roto, porque se
ha caído y como dice Figueroa en el prólogo, “a veces uno se olvida de
poner la red”. A veces uno simplemente se cae: “Hubo un tiempo en que soñaba cantar/ en medio de aguas agitadas/ pero
una noche mi rostro se desarticuló y cayó sobre la tierra hecho mil pedazos.” Cuando
uno se encuentra roto necesita un lugar de refugio, un lugar donde rearmarse;
necesita un lugar que pueda ser sukhásana.
Sólo en ese espacio “se pueden pegar los
pedacitos del jarrón/ y rehacerlo de a poco”. Pero ¿cómo? Supongo que la
escritura puede ser una de las formas. Supongo que es por eso que el espacio de
la casa es un lugar tan importante en los poemas de Inchauspe. ¿Dónde y cuándo
se escribe? Esa es otra pregunta que permite leer la obra de este escritor
santafecino. Este poeta que realiza un giro hacia el interior, construye
coordenadas de escritura, una topología. Así, a este poeta cuyos poemarios
develan una excesiva intimidad, podemos realizarle una pregunta: ¿cuál es el espacio propicio para hablar,
para rehacer el jarrón, para construirse una voz? Quizá para responder esa
pregunta sea necesario adentrarse nuevamente en la poesía de Juan Manuel. Una
poesía que Estela Figueroa sabe describir muy bien en un poema que escribe a
Inchauspe:
Las nuestras, mi amigo,
son obras pequeñas.
Escritas
en la intimidad
y como con vergüenza.
Nada de tonos altos.
Nos parecemos a la ciudad donde vivimos.
[Estela Figueroa en La forastera (2007)]
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