lunes, 29 de agosto de 2016

Taller Poético: Y que tus brazos me cuiden de la lluvia


Este sábado 26 de agosto nos encontró un nuevo taller poético en la bibilioteca barriletera. Para esta ocasión, nuestra compañera Carina Pesoa decidió que era necesario demorarnos una tarde en las páginas de La luz vivida (Colón, 1981) de Juan Manuel Alfaro (Nogoyá, 1955).
Previamente, pudimos conversar con el poeta, a quien le pudimos llevar nuestras dudas acerca de cómo es su trabajo de escritura, y quien, además, gratamente nos regaló su firma en cada una de las ediciones artesanales.
Llegada la tarde del sábado comenzamos el taller explorando las anteriores ediciones artesanales que desde hace dos años el Taller Poético entrega a cada uno de los participantes que se anima a poner el cuerpo y dar su tiempo para leer poesía en esta biblioteca. Así, a propósito de cumplirse dos años de este taller, nos detuvimos a mirar la cartografía de textos y poetas que hemos leído mes a mes: Camino hecho, de Emma Barrandeguy, Horario corrido, de Beatriz Vallejos, El agua y la noche, de Juan L. Ortiz y Cartas al rey de la cabina, de Luis María Pescetti, entre muchos otros.
Fue un taller para quedarse cerquita de donde el "corazón rompa su tronco / y caiga / en la paciente tierra / de esta provincia amable"



El regreso
En este polvo
alguna vez
yo fui una línea.
En esta puerta
fue puntual
todo lo suave.
Hay una mesa y un padre
en mi edad recién tendida.
La dicha
vive adentro aún
de la manzana.



Tarde de junio
No sé, hoy atardece tanto.
Es tan sumisa la blandura del humo,
tan lánguida la ciudad donde las casas se separan
con ceñidas familias
rodeando el diminuto énfasis del brasero.

Ay, hombres encarnados a la orilla
de este río moreno…

No sé, hoy atardece tanto.
Una lluvia se pierde hacia el oeste.
Toda la ciudad tiembla en la lluvia
y se vuelven simples
casi de un trazo los árboles.

Ay, los golpes grávidos del aire.



Tendría que escribirte…
A mi madre
Tendría que escribirte con arroz,
con uvas,
con la fiesta cristalina
de las fresias.
Con una tarde redonda
de corderos.
Con el malvón de palpitante pétalo.
Con el lino que guiaba los azules
por los campos
y con las lluvias dispersas en las noches
de glicinas lagrimeantes.

Tendría que volver a aquel otoño
que silabeaba las ramas
y los días
redondeando el consuelo de los charcos…
Debería palpar esos veranos
extensos de gorriones,
de incorregibles cigarras,
de rojo y amarillo borbotón de mariposas,
para poder escribirte con el sueño
que me dividió para siempre,
con la puerta, la mesa, la otra voz de la casa…

Tendría que escribirte con el aire
que empezó los amigos,
los amigos que murieron en el sueño la tierra
y se quedaron con el fulgor
y el espacio
y la ceniza.

Tendría que escribirte con mis hijos
festejantes de azul,
deseosos de luciérnagas,
pero tómame en aroma de palabra,
recórreme la frente con tu luz vivida,
destíname a tu nombre
y que tus brazos me cuiden de la lluvia.





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