La escena
transcurre durante la mañana en la Escuela Gaspar Benavento. En el centro de la
ronda, un afiche. En el medio de ese papel, un poema. Dejamos que todos se
acomoden. Los que ya se sentaron no nos miran a nosotros, sino a la escritura
en fibra que ocupa el centro del afiche.
Cuando todos ya estén en sus sitios igual esperamos. El silencio resulta
una manera de pedirnos que hablemos. Somos nosotros los que hemos venido de
fuera, los extranjeros en esta escuela. Por lo tanto se espera que hablemos,
que nos excusemos de alguna manera.
Sin embargo, devolvemos la
palabra hecha pregunta. ¿Qué es eso que
está ahí? Los chicos entienden el juego al instante y comenzamos la charla.
Leemos rápidamente una vez.
Decimos las palabras en voz fuerte, marcándolas, haciendo que se toquen entre
sí las vocales que se deban tocar.
Canto VI
Brumas de
inesperados amaneceres
para la isla de
tu secreto pálido.
Oh corazón de
agua.
Oh lirio
ceniciento.
Para las tristes
grietas
de tu sueño de
estatua,
un collar de
reluciente rocío
la mañana
inaugura,
y la luz es
polvo de oro
derramado en las
flores.
Leemos otra vez.
Despacio, deteniéndonos en cada verso, dejando un silencio antes de las
palabras extrañas, de las metáforas raras. Decimos casi con sospecha ceniciento, sueño de estatua, collar de
reluciente rocío. Dejamos que los chicos adivinen en nuestra voz las
preguntas que vendrán.
Coloreamos las palabras que nos
llaman. Si hay una palabra demasiado dulce, coloreamos. Si hay una palabra que
creamos es el centro del poema, coloreamos. Hablamos sobre lo que puedan
significar. Nos ayudamos entre todos a entender los significados de palabras
que no entendemos. Visualizan un lirio quienes aún no lo han visto; recuerdan
el rocío quienes lo han mirado de mañana camino a la escuela.
Con ese avío de palabras
comenzamos a pasar verso por verso. Si amanece cada día, ¿por qué puede ser
inesperado el amanecer? ¿Puede el secreto ser una isla? ¿O es que, nos dice un
niño, hay un secreto en el secreto? ¿Cómo es una isla? ¿Cómo sería entonces una
isla hecha de secretos? ¿Por qué llevaríamos un secreto a una isla? ¿Cómo puede
ser ceniciento un lirio? ¿Tiene algo que ver con La cenicienta? ¿Será porque es un lirio quemado?, nos dicen de un
costado. ¿Cómo se puede tener un sueño de estatua? ¿Por qué tiene grietas ese
sueño? Si el rocío es como gotas de agua por caerse, ¿cómo puede hacer la
mañana un collar de rocío? Un collar imposible, grita una niña.
Hemos estado durante toda una
hora de la clase del sexto grado en la mañana de la Benavento. Leemos el nombre
de la autora que algunos ya se habían aprendido para decirlo en el momento
justo. Beatriz Vallejos.
Dar tiempo delante del poema a
un niño es darle tiempo a que se tranquilice en su presencia, que acepte sus
nuevos pactos, que se familiarice con su forma de irrumpir en una lengua que
hasta hace instantes parecía tan sencilla, sin matices ni pliegues. Una lengua
que era suya, y el poema le ha arrebatado y devuelto extraña. Que se
familiarice un poco nomás: habrá algo indómito en el poema que siempre estará a
oscuras.
Quisiera detenerme en esta
práctica despojada, para que reflexionemos sobre ella en estos días que a eso
nos convocan. ¿Cuántas cosas hay allí superpuestas?
Habría en principio una
complicidad compleja. En primer lugar la de las personas que preparamos el
Taller (en esa ronda hay cuatro talleristas). Desde una preparación que se
vuelve de repente silencio para oír entre líneas lo que los niños dicen.
Preparación que es condición de esa escucha, que nos hace atender, y que hace
que el acontecimiento suceda justamente porque el mediador está presto a darle
sitio cuando despunta.
Pero, también, la complicidad con la docente y la bibliotecaria que
sostienen la escena. Allí está Graciela, a quien conocimos una tarde que
liberamos libros en la Plaza Sáenz Peña de Paraná. Esa tarde leímos poemas de
Alfaro y hablamos sobre él en una charla que dio pie a que nos invitara a
visitar su escuela. Graciela es la Bibliotecaria de la escuela, lo cual hace de
ella una usina de consultas de los chicos que pululan por ese espacio cada
recreo. Maravilla ver cómo las manos no le dan a basto en para recibir y dar
libros que los mismos chicos sacan de los estantes. En aquella visita la
escuela nos enamoró con su galería y patio y decidimos trabajar en ella. Por
aquel entonces estábamos atravesados por las lecturas de Díaz Rönner, por su
desafío de acarrear textos a la infancia desde otros lugares, comprometiéndonos
con construir otros corpus. Propusimos
llevar textos que habían sido tradicionalmente destinados al mundo adulto.
Así construimos la tercer complicidad de esa mañana, con los chicos que
entonces cursaban quinto grado, y junto a quienes leímos un fragmento de la
novela La cama de Aurelia –la novela
más hermosa jamás escrita en esta provincia-, donde Aurelia Campodonico es
llamada a ver el jardín por su madrina. Dibujamos aquel jardín esa mañana en un
episodio que fue el puntapié inicial para el proyecto que cobija la mañana que
estamos juntos recordando esta tarde.
Junto a esas complicidades vueltas hospitalidad hay también un proyecto.
Este taller, que se realiza durante toda una mañana en la Escuela, forma parte
del dispositivo “Taller de poesía” que sostenemos dentro de la institución. El
proyecto prevé una serie de encuentros mensuales, en los cuales se trabaja con
los chicos sobre un corpus de textos literarios que vuelven sobre el espacio
del jardín (como el caso del poema leído) ya sea para desde allí enunciar tanto
una poética como una ética, o resguardar una memoria de la infancia. En cada
taller llevamos un autor y una serie de textos tomados de un libro en particular
de su obra. Recorremos junto a los chicos el tópico del jardín en esas
escrituras y nos hacemos preguntas en torno a ello. Hace unas semanas, por
ejemplo, llevamos La huerta azul
(1949) de Reynaldo Ros y luego de sostener una conversación sobre aquel libro
nos propusimos explorar individualmente cada uno alguna de esas prosas con tres
hojas en la mano: una para dialogar con la escritura literaria de Ros, otra
para escribir todas las preguntas que nos surgieran de allí y una última para
usar a gusto en lo que reste, en lo que no tenga lugar en las otras dos. Demás
está decir que esas hojas aún palpitan.
A su vez, el proyecto se articula
con una serie de instancias de escritura que se realizan entre la docente a
cargo del grado, Claudia, y su Bibliotecaria, Graciela. En estos encuentros las
niñas y niños eligen cada uno un jardín y elaboran una serie de operaciones
sobre él: una descripción, el trazado de una cartografía así como una
entrevista a la persona que cuida de ese jardín, a la persona que, a fin de
cuentas, tiene un jardín.
Todos estos materiales, se
encontrarán con una serie de escrituras ensayísticas que son propiciadas en el
Grupo de lectura Apuntes para un jardín
que sostenemos dentro de nuestra Biblioteca. Las personas, adultos en este
caso, que participan de este Grupo de lectura también deberán elegir un jardín,
describirlo, cartografiarlo y entrevistar a quien lo posee. Quiero decir:
también deberán jugar.
Lo que más nos atrae de esta
propuesta es que ni el corpus de textos trabajados, ni la manera de abordarlos
cambian entre adultos y chicos. Las preguntas que nos formulamos sobre los
textos son las mismas en uno y otro espacio.
Aún así las complicidades y el
proyecto no serían nada sin el poema, protagonista total de cuanto acontece. A
la poesía de Beatriz Vallejos llegamos a través de la exhumación que de sus
obras hicieron las editoriales Municipal de Rosario y Ediciones UNL, quienes en
2012 publicaron su Poesía reunida. En aquel entonces, los editores decidieron
dejar fuera dos poemarios, los primeros que Vallejos publicara en su obra.
Respetaban así un gesto que la propia autora realizara en 1980 con motivo de
una publicación de sus poemas reunidos bajo el mismo título que se usó en 2012,
El collar de arena.
Esta decisión dio pie a que en
2014, la editorial rosarina Ivan Rosado publicara su primer libro de poemas, Alborada del canto (1946). Vallejos lo
escribió en 1945, con solo veintidós años, y lo presentó a un concurso de la
Biblioteca Mariano Moreno de su ciudad natal, Santa Fe, el cual ganó pudiendo
publicarlo al año siguiente. Se trata a todas vistas de un libro feliz por el premio que le dio lugar, pero también por
inaugurar una obra que atravesó de manera secreta e indeleble la poesía del
litoral. De ese libro es el Canto VI que leemos con los chicos esa mañana. Un
poema que durante más de sesenta años viajó por manos amigas a Vallejos, que
desde otras complicidades le dieron lugar.
Esos libros llegaron a nosotros
como una suerte de don que extraños
nos hicieran editando, cuidando y dando a circular sus textos. Cuando los
recibimos encontramos en ella una minúscula habla, que nos recordó a nuestras
abuelas, pero también a Juanele, a algunas imágenes que nos acompañan
cotidianamente. Fue entonces que
decidimos darle sitio en el Taller poético de nuestra Biblioteca. Así en Enero
de este año nos juntamos a leer su poemario Horario
corrido (1985), juntos y en voz alta, en un gesto que vamos repitiendo cada
mes en nuestros Talleres poéticos que actualmente se hacen en una Plaza de
Paraná.
Vallejos fue la última en llegar
a una lista de textos que veníamos juntando para armar el Grupo de lectura y el
Taller en la Escuela Benavento. Allí pretendíamos reunir poemarios que hacían
del espacio del jardín un espacio de escritura, que constituían su poética
desde el jardín, leyendo lo que en él se expresa en términos de sintaxis,
discurso, imagen. Elementos que el poema, como sucede en Diana Bellessi, busca desesperadamente
imitar.
He explicado la elección del
poema, su marco vuelto proyecto de trabajo compartido, y también la elección de
la institución que trabajamos. Pero tengo que ir más lejos para explicar esa
mañana. Siento que no alcanza. Quizás a antes de que cayeran en nuestras manos
los poemarios de Vallejos. Quizás a cuando decidí entrevistar a Teresa, una
mujer poeta de mi pueblo, que escribió muchos poemas cortos, de noche, después
de acostar a su familia. Que escribía, cuando tenía que hacerlo, esa es su
expresión. Ella me dijo entonces que hay que tener un jardín para tener algo
que mirar, que sino no es lo mismo. Que toda mujer sola tiene que tener un
jardín me dijo Teresa en la cumbre de sus ochenta y pico, cuando le consultaba
por sus poemas.
Cuando le conté estas cosas a
Milena, amiga e integrante de nuestra Biblioteca, recordamos los poemas de
Arnaldo Calveyra que construyen guías para jardines, que pasean por los
jardines viendo, más que recordando, Entre Ríos. Pensamos en los poemas de la Bellessi,
en su poema “El jardín de los milagros”, donde el florecimiento de una magnolia
se vuelve acto de justicia.
Florecerá, le aseguraba, el próximo
verano, ya verás, y hoy ha sido visto,
esta vez se unieron belleza y justicia
para ganarle juntas, las dos al tiempo
Pensábamos
en cómo Milena podía reconocer en el habla que construye Diana Bellessi sus
innumerables conversaciones con mujeres desconocidas sobre los colectivos,
mujeres grandes a las que escucha hablar de su vida, de la vida, insistiendo en
una conversación que no quiere apagarse. Pensábamos en la ignota y pequeña
novela Las gotas de la noche (1955)
de Roberto Beracochea que encontré en la tienda de libros usados del viejo
Atman. Novela donde una niña descubre en las plantas que le regalan la certeza
de que existe otra vida más allá de lo utilitario. O en la huerta azul en que
dice Reynaldo Ros haber pasado su infancia, donde confluyen todos sus recuerdos
y la memoria se textualiza en un jardín donde no solo hay fragmentos de
personas, sino que también de canciones, viejos poemas y algunas leyendas. Libro
al que llegamos por la insistencia de Lautaro en revisar las estanterías de la
Biblioteca de la Escuela Hogar donde también sostenemos proyectos compartidos.
Nos sucedió, quiero decir, que
ante la afirmación de Teresa recordábamos textos, recordábamos la experiencia
que al leerlos habíamos tenido. Supimos entonces que la idea del jardín como
espacio poético se había vuelto en nosotros un corpus a ser mediado.
Por aquella época veníamos
pensando nuestra Biblioteca como un jardín. Esto debido a que en el espacio de
Santos Domínguez, donde funcionaba hasta hace poco Barriletes, manteníamos
nuestro Taller afuera, plantando malvones y regando una pequeña huerta. Allí
los libros encontraban sitio, entendiendo que una Biblioteca debe ser el
territorio donde encontrarse con los bordes del mundo, donde poder leer el
mundo. Salir con los chicos a leer el Tilo que está afuera, decía Mirta
Colangelo. Colangelo debe haber sabido que quizás los niños no habían tenido
antes tiempo para mirar un árbol.
Se agolpan los recuerdos al
tratar de explicar una práctica pedagógica, de tratar de contar una mañana.
Fantasías
de intervención llama Analía Gerbaudo, a estos deseos que se enuncian desde
las prácticas pedagógicas, que se expresan en proyectos y programas, y que
buscan desde su sitio intervenir sobre lo social desde la especificidad de
quien porta un objeto al que denominamos literatura.
Como estamos aquí en la primer jornada de esta “Semana de las prácticas
pedagógicas” quise poder narrar los lugares desde donde viene este trabajo en
particular. Ya que el motivo de que esté contando esto es justamente su
carácter de excepción, y, sin embargo, al observar la manera que en que estos
chicos se apropian de los textos que les llevamos –y que han sido en muchos
casos escritos, editados y puestos a circular entre y para grandes-, no puedo
dejar de preguntarme nuevamente por los motivos por los cuales estos textos no
ingresan cotidianamente a la didáctica de la literatura dentro de la escuela
primaria.
Sigue sucediéndonos que muchas
veces, a través de las censuras que el manual impone, para retomar las
reflexiones barthesianas, la literatura termina quedando fuera de la escuela. A
fuerza de moralismos, de psicologismos y de didactismos, como señalara Díaz
Rönner al marcar las intrusiones en el campo de la literatura infantil.
Por eso me gustaría aprovechar
esta oportunidad para plantear el problema hacia dentro nuestro. Aquí el asunto
no es cómo hacer que los chicos sean atraídos por la literatura, sino cómo
hacer que nosotros nos atrevamos a llevarles literatura a los chicos. Literatura
de veras, de la que produce cosas en nosotros. Literatura con la cual a
nosotros nos pasen cosas.
¿Cuánto tiempo en nuestras semanas leemos? ¿Cuánto jugamos con
canciones, regamos plantas, pintamos, o hacemos muecas con nuestros rostros?
¿Cuándo fue la última vez que recordamos versos, cuentos, nanas de hace tiempo?
¿Dejamos entrever a los chicos algo de eso? En estas preguntas quiero oír el
eco de Laura Devetach quien nos enseñó como nadie que no hay manera más
coherente y contundente de defender el espacio poético que habitarlo. En ese
sentido, siento que fue natural para esta Biblioteca tejer un lazo entre el
Grupo de lectura y la labor en la escuela, y llevar allí esos textos, ya que en
ellos está depositado parte de nuestro deseo como lectores. Llevamos ante los
chicos algo sobre lo que ignoramos gran parte, nos volvemos portadores de un
objeto desconcertante y fascinante al que llamamos poema y desde allí tramitamos nuestra relación con el texto.
Acarrear textos a ese edificio
en construcción que es la literatura infantil, nos dejó dicho Díaz Rönner es
siempre un acto de valentía. Dentro de nuestra Biblioteca, cada vez nos
convencemos más de que si muchos textos del canon adulto no son dados a los más
pequeños es por un cierto mecanismo de defensa de una lectura que se ha
cristalizado. Entregar el poema al niño significa exponerlo a ser puesto en
otro orden de cosas, a ser leído desde otros meridianos. Creo que los grandes
tenemos miedo a que los niños nos digan que somos el emperador que va desnudo.
Al momento de inscribir su
nombre en esta presentación, pienso en la figura de Díaz Rönner quien tanto
hizo para ayudarnos a pensar la literatura infantil en Argentina. Alguien que
quiso definir siempre su tarea crítica e investigativa desde un lugar más bien
íntimo, asumiéndose lectora. Es necesario quizás oírla de nuevo, gritárnoslo: “En
anteriores ocasiones públicas me monté a una carabela, traficadora de la
lengua, y/o me revelé como una contumaz adúltera, portadora de lecturas feroces
y corruptibles, siempre con palabras diminutas pero terribles, dentro de
escenarios en constantes gestiones de mudanza y de transformaciones: soy
carabela, soy adúltera. Hoy lo sostengo todavía acaso con ampliada insolencia.
Si no se entendió, he querido de decir en cada una de esas fingidas posturas
que SOY UNA LECTORA”
En
ese gesto, parece hablarnos desde el sitio de quien ha enfrentado los miedos
delante de un poema antes. Quien ya se ha tomado tiempo delante del texto, y ha
oído transitar sus propios secretos por allí. Desde ese lugar nosotros
desearíamos construir nuestras fantasías.
Finalmente, no es menor que
estas intervenciones se produzcan desde una Biblioteca comunitaria. Desde
Barriletes, nos asumimos actores del canon en la esfera pública. Construir una
comunidad de lectura implica encontrar sitio a nuestros deseos dentro de esa
Biblioteca por-venir.
Todas las reflexiones sobre el
jardín como espacio poético, junto a las entrevistas, descripciones y
cartografías que los niños harán serán recopiladas a fines de este año dentro
de un libro. Así, durante el año se trabajará con ellos la idea del libro como
eje y guía de los Talleres.
Por eso mismo, hace poco le decía a Mile, mientras leíamos Literatura/enseñanza de Barthes, que
quería poner este párrafo como epígrafe a nuestro libro sobre el jardín:
"(...) habría que dar a los niños la posibilidad de crear objetos
completos (cosa que la tarea no puede ser) en una temporalidad larga. Habría
que imaginar casi, que cada alumno va a hacer un libro y que se plantea todas
las tareas necesarias para su realización. Sería bueno demorarse en la idea de
objeto-maqueta, o de producción en un tiempo en que el producto no esté
reificado todavía (...) El alumno debe convertirse, no digo en un individuo
sino en un sujeto que dirige su deseo, su producción, su creación."
Sin embargo, ahora que pienso en los días que pasamos juntos quienes
conformamos esta Biblioteca, creo que los que creamos el objeto somos nosotros.
Nosotros quienes devenimos sujetos de deseo demorándonos cada día en (re)pensar
nuestro objeto-maqueta que llamamos práctica pedagógica, que llamamos equipo,
que llamamos Biblioteca. Al final, el jardín podemos ser nosotros.
Kevin Jones
Biblioteca Esos otros mundos
Este trabajo fue leído en el panel "Barriletes en la comunidad. Aprendizajes y desafíos" en el marco de la Semana de las prácticas pedagógicas organizadas por el Instituto de formación superior de Diamante el día 20 de abril de 2015.
Referencias
Barthes, Roland
( 1975 [1985]) “Literatura/enseñanza” en El
grano de la voz. Siglo XXI. México.
Pp. 242-251
Derrida, Jacques
(1991 [1995]) Dar (el) tiempo. 1era
edición. Paidós. Barcelona. Traducción de Cristina de Peretti.
Devetach, Laura
(2008) La construcción del camino lector.
1era edición. Comunicarte. Córdoba.
Díaz Rönner,
María Adelia (1988 [2012]) Cara y cruz de
la literatura infantil. 1era edición. Colección relecturas. Lugar editorial. Buenos Aires.
(2011)
La aldea literaria de los niños. Problemas, ambigüedades, paradojas.
Selección y prólogo de Gustavo Bombini. 1era edición. Comunicarte. Córdoba.
Gerbaudo, Analía
(2013) “Algunas categorías y preguntas
para el aula de literatura.” Álabe
7. [www. revistaalabe.com] (Última consulta: 18 de abril de 2015)
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