jueves, 15 de enero de 2015

Hacer desde la lectura. Entrevista a Julio Federik.


Por Hernán Hirschfeld
Revista Barriletes
Como muchos errantes trovadores
haré un himno con todos mis dolores.
Y cuando ya de mí no queden rastros
en las sendas estériles del mundo,
me iré con dolor de vagabundo
por el blanco camino de los astros

Hierro, seda y cristal, Guillermo Saraví

Un encuentro
 
Diez años atrás, cuando cursaba en la escuela primaria Mariano Moreno, tuve la oportunidad de conocer los textos de Julio Federik en un estante de la biblioteca escolar. Sus libros estaban literalmente escondidos en una de las estanterías más altas: tuve que escabullirme de las señoritas y tomar la escalera de mano para aventurarme a ese lugar, muy peligroso, sin saber bien con qué me iba a encontrar. Empecé a sacar libros desesperadamente. Vi uno pequeño que estaba aplastado por otros más grandes que él, solté la mano con la que agarraba la escalera para no perder equilibrio y con mucha fuerza lo pude sacar. Era Enero en el campo. Lo que siguió después de eso, como se pueden imaginar, es la lectura. Mis compañeros me vieron con los textos, los leímos entre nosotros y cuando las profesoras se enteraron, organizaron un encuentro con el escritor.
            Unos diez años después se produjo otro encuentro –curiosamente- en otra biblioteca, esta vez es en Casa Altman,  un lugar muy concurrido para quienes gustan de curiosear y comprar libros viejos. Un pequeño aparador en el rincón del lugar dice “autores entrerrianos”, me acerco y veo algunos libros de Adolfo Golz, Juan Manuel Alfaro y Julio Federik, entre muchos autores ganadores del premio Fray Mocho. Al lado del texto de Julio había otro mucho más antiguo a simple vista, tapa negra y sólo con un grabado dorado en el lomo “SARAVI – HIERRO SEDA Y CRISTAL”. Cuando leí por primera vez la poesía de Saraví, había algo que me hizo acordar a los textos de Julio, además la escena de lectura de ese libro que estuvo acompañada, fue grupal.
            Guillermo Saraví nació el 11 de agosto 1899 en la ciudad de Paraná. Después de la publicación de su primer poemario, Hierro, seda y cristal (1925), se lo consagró como uno de los escritores que abrió las puertas a la tradición literaria entrerriana. Además de ser incluido en numerosas antologías y biografías de escritores que tratan de dar cuenta de “lo entrerriano”, Saraví demostró ser un gran lector de historia provinciana, llegando a publicar un estudio sobre el escudo de Entre Ríos y ocupar un cargo en el Archivo de la provincia. El conjunto de estas publicaciones   hicieron de Saraví una figura especialmente reconocida en la ciudad: “era de esas personas que hacían sentir su presencia en la calle, con un particular atuendo y forma de andar. Esa  presencia  hacía que la gente se quedara a contemplarlo cuando caminaba por la peatonal o ingresaba a un local de la ciudad” en palabras de Julio Federik. El hecho de que Saraví se haya dedicado a la historiografía no es un dato menor a la hora de leer su poesía, las numerosas apariciones de íconos relacionados a la historia de la provincia bautizaron a Saraví  como catalizador de muchos valores de la época. Pero esto no es lo único, trabajar con aquello que abarca la historia revela otra preocupación referida a lo que no se puede alcanzar y siempre se escapa: el tiempo y el espacio en constante cambio. Quizás esa fuerza temática hace que se pueda atar un nudo entre la poesía de Julio Federik y la de Guillermo Saraví.

            Meses después, con la compañía de un grupo dedicado a la lectura de autores que con mucho cuidado denominamos “de la región” logramos organizar un panel-debate con escritores, entre ellos Julio se encontraba ahí, y no fue necesaria ninguna aclaración para que, en el momento de tomar la palabra, haga presente todo su conocimiento sobre la escritura de Guillermo Saraví.
            Pensar en estas cosas hace volver una pregunta que me inquieta mucho, tiene que ver con las formas en que nosotros como lectores construimos inconscientemente recorridos de lectura. Esos recorridos se pueden narrativizar, como está sucediendo con este texto. En El último lector, Ricardo Piglia vuelve muchas veces a esta cuestión, llegando a la conclusión de que la forma en la que nosotros “entramos” a los textos está tan unida a lo que sucede dentro de ellos que en definitiva ese acercamiento pertenece a la obra  y por lo tanto, a la literatura.
            El tiempo y la poesía de Saraví, en este caso, nos reúnen para hablar sobre lecturas. La entrevista, aunque con una dinámica distinta a la de pregunta-respuesta, intentará reconstruir no solamente la imagen autoral de Saraví desde el punto de vista de uno de los lectores más amenos de su poesía, sino que a través de ella se pueda conocer la forma en que Julio Federik creció leyéndolo.



Entrevista

-¿Cómo fueron tus comienzos en las lecturas de Guillermo Saraví?

- Como mis padres eran unos entusiastas de Guillermo Saraví, la poesía de él estuvo presente permanentemente en mi vida, incluso desde mi niñez. Ellos siempre me contaban que era alguien de personalidad vigorosa, y lo podía comprobar de lejos cuando lo veía caminando por la ciudad, siempre saludando con el sombrero, siempre con un caminar muy marcado. Mientras cursaba la escuela, nos juntábamos a leerlo con un grupo de amigos, entre ellos Gustavo Lambruschini, ellos sabían recitar de memoria sus poemas. Yo también me las sabía de memoria, el primer libro que leí intensamente fue Hierro, seda y cristal, precisamente esa edición reeditada en los sesenta, que tenía que ver con el proyecto de publicación de sus obras completas formado por una comisión de amigos, donde estaba Nessa Boeri, Etchevere, entre otros reconocidos personajes de la ciudad. Lamentablemente, después de esa primera publicación, el grupo se fue diluyendo y con el pasar de los años solamente quedó ese texto.



-Entonces me imagino que algo de su escritura influyó mucho en tu vida…

            - Sí, en la última etapa de mi adolescencia le llevaba mis poemas, y su magnetismo en las correcciones era increíble. Me impactaba mucho la forma en la que él se mimetizaba con el monte y con la historia de nuestra provincia. Yo escribí Mi lugar no sólo porque están mis recuerdos y mis sueños, sino que detrás de eso está la poética de Saraví, que siempre surgía, siempre volvía a ocupar un lugar.

Mientras estábamos hablando Julio hojeaba los libros de Saraví que dejé sobre la mesa de su estudio, siempre deteniéndose a recordar en voz alta algunos versos. “A este lo dije en un juicio oral” me dice, refiriéndose a la primera estrofa de Salmo del hambre.  Resulta que a comienzos del año 1965 Julio tuvo que hacer una defensa a unas personas que se quedaron varadas en un islote, y como no les quedó otra opción tuvieron que carnear a un animal. Al comienzo del alegato comenzó recitando los versos de ese poema:

Hambre, reina triste del desamparado,
cómplice del mundo perverso y malvado,
hazme la limosna de tu bendición.

            -Así que ahí también me encontré con Saraví, en un contexto totalmente diferente. El juicio salió bien, los saqué absueltos y esa escena fue reseñada en distintos diarios de la región.

            Una vez que comienza la lectura, la entrevista se diluye. Julio lee a Saraví como alguien que está atravesado por su poesía, me muestra los detalles, se detiene en cada rima con la mirada de quien atraviesa un camino y vuelve por el mismo. Para concluir este texto me gustaría retomar palabras de la presentación de Tarde Antigua (un texto de Saraví que había permanecido inédito hasta 1999) donde Julio, posicionado otra vez lector, realiza una reseña de los resultados poéticos de Saraví:

            Él se ocupó de reavivar el fuego de la leyenda de los entrerrianos. Y no lo hizo por una mera reanimación de imágenes del pretérito. Saraví creía en los valores que surgían de esa épica y quería transmitirnos su orgullo. La lealtad, el coraje el desprendimiento, la determinación, el servicio, la lucha por la divisa, el ideal, el sueño como generador de los cambios, pero también de su estética que enaltecía, que subrayaba las bellezas  próximas, las  sencillas de nuestros montes, de los riachos, de sus pájaros, de sus árboles y su gente.

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