Entrevista con André Rollin, Le fou parle, 21-22, 1982
(luego en Ils écrivent où? quand? comment?, Mazarine, 1986,
pp. 145-152).
Jacques Derrida: ¿Puedo primero explicarle brevemente las razones por las que
vacilé...?
A.R. ¡Por
supuesto!
Jacques Derrida:... ¿por las que dudé si responder a sus preguntas en
este contexto? Al principio era por una especie de..., no de desconfianza, pero
sí de reserva respecto a cierta imaginería complaciente alimentada por los
escritores y por todos los que explotan esas imágenes. Me refiero a la
insistencia en los fetiches de la escritura, en un tipo de entorno que ciertos
escritores exhiben de modo narcisista. No tengo nada contra el narcisismo ni
contra el fetichismo como tales -tendría que extenderme mucho sobre ello y no
es el momento-; lo que me parece cargante, lo que ha llegado a ser cargante, es
el estereotipo de ese fetichismo, y eso no hay que fomentarlo. Entonces, cuando
usted me dijo que precisamente quería romper con esa representación y todo lo
que la sustenta en nuestra cultura, pensé: ¡pues adelante!
A.R. Para empezar, ¿qué usa para escribir?
Jacques Derrida: He ido evolucionando, las cosas han cambiado mucho desde que
empecé.
A.R. ¿Y hoy?
Jacques Derrida: Hoy escribo a la vez a máquina y a mano. Cuantitativamente mucho
más a máquina. Por ejemplo, para mis clases, seminarios, conferencias, escribo
casi únicamente a máquina. Me pongo a la máquina y al mismo tiempo voy
escribiendo a mano.
A.R. ¿Así que
máquina y cuaderno, están siempre a su alcance?
Jacques Derrida: Bueno, para ser exacto, tengo una mesa grande.
A.R. ¿De
madera?
Jacques Derrida: De madera. En un desván. Tengo dos escritorios, pero el primero,
el que utilizaba...
A.R. ¿Un
escritorio para la máquina y otro para el papel?
Jacques Derrida: No, no. Antes tenía un escritorio para las dos cosas, y se me
quedó demasiado pequeño. Estaba atestado de papeles, y me refugié hace unos
años en un desván en el que no puedo permanecer de pie. Subo por una especie de
escalerilla de madera y cuando...
A.R. ¿Se pone en
cuclillas?
Jacques Derrida: En cuclillas, no. Quiero decir que tengo que agachar la cabeza
porque es un desván muy pequeño y sólo puedo estar de pie en un metro cuadrado,
pero en cuanto llego al lugar en el que escribo, tengo que sentarme. Así que
trabajo en un rincón, hay estanterías de libros a ambos lados, una mesita de
máquina de escribir, una mesa de secretario, es decir una mesa baja para la
máquina de escribir y, a mi derecha, una mesa amplia de madera en la que tengo
papeles, tomo notas, garabateo cosas... pero no suelo escribir de forma
continua. Para los textos corrientes, como la preparación de clases cada
semana, me siento a la máquina en una silla giratoria, como ésta.
A.R. ¿Va de una
mesa a la otra?
Jacques Derrida: Me giro. Tan pronto me vuelvo hacia la máquina como hacia la
mesa.
A.R. ¿Hay alguna
diferencia entre los textos escritos a mano y los escritos a máquina?
Jacques Derrida: Me voy a referir a la situación más corriente, la de la
preparación de clases, o del correo. Debo confesar que en estos últimos años he
pensado que, por escribir demasiado a máquina, estaba perdiendo un algo que es
propio de lo escrito a mano. Y, en varias ocasiones, me propuse..., cabe,
podría decir, una reeducación. Recuerdo por otra parte, hace unos diez años,
una conversación, o mejor, una discusión que mantuve con Jean Genet sobre este tema. Él me decía que, en su opinión, no
es posible escribir bien con máquina. Yo le había comentado que él que
trabajaba tanto por renovarse, como era evidente, debería progresar también en
este aspecto, pues la máquina ya no era algo totalmente extraño, que se
escribía fácilmente y deprisa con ella, que debería, en cierto sentido, crearse
otro cuerpo, no solamente un vínculo abstracto, técnico y mecánico, sino otro
escenario, otra continuidad, otro impulso, y que no pretendía que fuese el
mismo cuerpo...
A.R. ¿No es el
mismo cuerpo?
Jacques Derrida: No es el mismo cuerpo, pero hay un cuerpo. No es solamente un
vínculo abstracto, o un instrumento que enfríe lo que la letra manuscrita
guardaría vivo, caliente e intacto. Primero rechazó este argumento, un poco
después pensó que tal vez yo tuviese razón, luego, a la tercera, por último, me
dijo no... Es el recuerdo de una conversación que duró toda una noche. Todavía
me viene a la cabeza cada vez que...
A.R. ¿Tanto para un asunto tan insignificante?
Jacques Derrida: No, es algo que me preocupa constantemente. Estoy muy al tanto,
incluso obsesionado por esos problemas... podríamos decir, de técnica, de
técnica del cuerpo, en cierto modo. Soy como todos los que se dedican a mi
oficio, como los que están metidos en eso. Hace tiempo, cuando empezaba a
escribir, a publicar, no escribía a máquina. Escribía siempre a mano hasta la
última línea, hasta la última versión del texto. Después, poco a poco, la
máquina fue ganando terreno...
A.R. ¿Cuando
escribía a mano lo hacía con estilográfica?
Jacques Derrida: Al principio, no. Al principio, y de eso hace veinte años, usaba
pluma de palillero, tinta y tintero.
A.R. El ritual
de la tinta...
Jacques Derrida: El ritual con una pluma muy particular. Ahora ya no la uso. Es
una pluma, no sé cómo se llama esa cosa, con una especie de pico por encima,
para retener la tinta. El caso es que me pasaba la vida buscando esas plumas y
no podía hacer una letra clara más que con esa pluma y con ese gran
portaplumas. Un gran portaplumas con una palanquita para bloquear la pluma. Y
después, poco a poco, se fue imponiendo la máquina. Cada vez más, escribo
directamente a máquina a pesar de que, todavía ahora, para ciertos textos, y no
me refiero a los textos académicos, para textos que considero especiales... no
la uso.
A.R. ¿Recurre
otra vez a
la pluma?
Jacques Derrida: Necesito la pluma para romper el hielo, es decir, que las
primeras páginas -que empiezo una y otra vez-, el inicio de los textos me
resulta muy difícil, supongo que como a otros muchos. Comenzar a escribir es
muy difícil, y me siento incapaz de hacerlo a máquina. Entonces, el ritual
suele ser el siguiente: empiezo a mano, una página, dos, tres, cuatro...
A.R. ¿En folios blancos?
Jacques Derrida: En hojas blancas para máquina, y si veo que no me convence,
vuelvo a empezar...
A.R. ¿Muchos
comienzos?
Jacques Derrida: Sí, muchos. Comienzo una y otra vez.
A.R. ¿Sin llegar
a terminar la página?
Jacques Derrida: A veces termino la página, lleno tres o cuatro, y empiezo otra
vez. Llega el momento de la insatisfacción, de la inseguridad. Son momentos muy
dolorosos, muy angustiosos, de sentimiento de impotencia. Entonces, es
imposible...
A.R. ¿Retoma el texto
y lo escribe entonces a máquina?
Jacques Derrida: Eso es. No quiero decir que se trate ya de algo ininterrumpido.
Hago varios borradores a máquina. Pero en general, una vez tiradas -por así
decirlo- las primeras páginas, o una vez que el esquema o la perspectiva del
texto en conjunto se presenta como posible, prosigo a máquina.
A.R. ¿Teclea con
rapidez?
Jacques Derrida: Me resulta bastante difícil describirlo porque nunca he...;
aprendí empíricamente, hace mucho, hace treinta años en los Estados Unidos,
pasé un año allí y tuve, por razones de supervivencia, que pasar a máquina un
texto muy largo. Y así aprendí en una pequeña máquina americana, y durante
mucho tiempo he tenido que comprar mis máquinas en los Estados Unidos porque
tenían el teclado internacional. Yo no sabía teclear más que con tres o cuatro
dedos, no podría describírselo ahora. En ese teclado, ya sabe, las letras no
están dispuestas como en el teclado francés. Pero luego, hace dos o tres años,
pensé que esa situación era absurda, tener que ir a los Estados Unidos,
aprovechar un viaje a América para comprar una pequeña Olivetti... Decidí hacer un
esfuerzo para habituarme al teclado francés y compré una máquina eléctrica. Me
pasé, pues, a la máquina eléctrica con teclado francés hace tres años para
escribir La carte
postale. Por primera vez escribía en una máquina eléctrica
con teclado francés. Y tecleo muy deprisa. No muy bien, no muy limpiamente, pero
muy deprisa. Y una vez que la cosa está en marcha, hago varios borradores, a
máquina, que corrijo a mano.
A.R. ¿Vuelta a la pluma
para corregir?
Jacques Derrida: No, ya no hay pluma. Ahora tengo un... rotulador. Me estoy
fijando y... creo que es igual que el suyo. Ya no puedo escribir más que con
este chisme que descubrí hace dos años que se llama Pilot Fineliner. Es el único
instrumento que me satisface, es el único con el que no tengo la sensación de
perder espontaneidad en el trazo, lo que me permite reconocer y leer mi propia
letra, porque confieso que desde niño tengo una letra que a todo el mundo le
cuesta leer, y que había llegado a resultarme difícil a mí mismo. Por eso la
máquina es una ventaja para mí. Y es que cuando escribo a toda prisa las
palabras apenas cobran forma y al cabo de un tiempo me cuesta trabajo entender
lo que escribí.
A.R. ¿Y con la
escritura a máquina no añora la escritura a mano?
Jacques Derrida: Claro, añoro una determinada imagen, sí... Y para ciertos textos
que quiero o que querría tratar de una forma especial pruebo esa reeducación de
la que hablaba. Y, en períodos más o menos largos, para anotaciones personales
con vistas a un libro inaccesible, vuelvo a las libretas y a escribir a mano
con esos pequeños Pilots Fineliner Y puedo estar escribiendo así durante mucho tiempo.
A.R. ¿No escribe
nunca fuera de su desván?
Jacques Derrida: Sí. Aunque es allí donde paso la mayor parte del tiempo, a veces
escribo en la habitación de abajo, en mi antiguo escritorio, pero cada vez
menos. Y aquí, por ejemplo, no trabajo nunca.
A.R. ¿Aquí, en la Escuela Normal?
Jacques Derrida: Aquí, en la Escuela Normal, no trabajo nunca, es decir, no
escribo nunca. En cambio, cuando viajo, puedo incluso llegar a escribir en tren
o en avión. Recuerdo, por ejemplo, hace dos años, en un período en el que
existía una urgencia o un deseo de escribir muy intenso, escribí durante todo
un viaje en avión a los Estados Unidos. Y en coche también.
A.R. ¿En coche?
Jacques Derrida: ¡No, no escribo conduciendo! De vez en cuando, anoto algo...
A.R. ¿Lleva una
libreta?
Jacques Derrida: He probado todos los sistemas, el de la libreta, el de los trocitos de
papel; todos duran poco, soy bastante desorganizado. Se me ocurren
continuamente nuevas formas de organizarme, los trocitos de papel, lápices en
el coche...; en un momento dado, incluso me planteé llevar un pequeño
magnetófono en el coche, no sólo para los escritos serios -a los que tal vez
nos estamos refiriendo ahora-, sino también como una agenda o algo parecido,
aunque nunca he llegado a hacerlo, pero sigo soñando siempre con organizaciones
técnicas de ese tipo.
A.R. ¿Alguna vez
ha llegado a parar en un aparcamiento para escribir una idea que le viniese a
la cabeza?
Jacques Derrida: No, pero desear que... no, no por una idea. A veces se me ocurre una
palabra y me urge apuntarla, por miedo a olvidar la palabra más que la idea. En
esos casos, no me paro en un aparcamiento, pero puedo pensar en la posibilidad
‘salvadora’ de un pequeño atasco de circulación o un semáforo en rojo.
A.R. ¿Cómo es su
desván?
Jacques Derrida: Es pequeño, pero lo he llenado de estanterías, y hay libros todo
alrededor. Es una especie de buhardilla, ¿cómo se llama eso? Lo que está bajo
el tejado, con dos tragaluces...
A.R. Con el
cielo sobre su cabeza...
Jacques Derrida: Pero no lo veo. Hay una especie de ventanuco que abre hacia arriba,
así que siempre tengo la luz encendida. No puedo trabajar -y eso forma parte de
mi patología personal- no puedo escribir sin luz artificial. Incluso de día, ni
siquiera en pleno día.
A.R. ¿Con la luz
encendida siempre?
Jacques Derrida: Siempre con una lámpara.
A.R. ¿Que
ilumina su papel?
Jacques Derrida: Que ilumina el papel, la máquina, y eso es lo...
A.R. Encenderla...
¿es el primer gesto que hace cuando se pone a escribir? ...
Jacques Derrida: Sí. Incluso en la habitación de abajo, que normalmente es luminosa,
necesito una luz artificial suplementaria.
A.R. ¿No escribe
sin luz artificial?
Jacques Derrida: No escribo sin luz artificial. Así se hizo la instalación, de este
modo, y tengo siempre la sensación de que falta luz. Arriba, por ejemplo, el
interruptor está fuera del desván, así que tengo que encender antes de subir.
A.R. ¿Sube todos
los días?
Jacques Derrida: Los días que no tengo que venir a París son, desgraciadamente,
bastante escasos.
Pero sí, entonces subo al desván.
A.R. ¿Pasa allí
muchas horas seguidas?
Jacques Derrida: No. Me organizo en períodos de trabajo cortos.
A.R. ¿De cuánto
tiempo?
Jacques Derrida: No sé decirle exactamente, no suelo estar más de un cuarto de hora o
veinte minutos delante de la máquina. Después tengo que levantarme, hacer otra
cosa.
A.R. ¿Baja ?
Jacques Derrida: Sí. Bajo o hago otra cosa en la buhardilla, pero no escribo en
sesiones ni tiradas largas. Cuanto más me interesa o más atención requiere el
asunto...
A.R. Más veces
se levanta...
Jacques Derrida: Antes interrumpo el trabajo.
Fíjese, permanezco más tiempo ante la máquina cuando el trabajo ya
está hecho y estoy componiendo una versión más o menos definitiva. En esos
momentos puedo tener paciencia para quedarme una o dos horas. Pero cuando estoy
todavía dándole forma al texto, le diría que cuanto mejor va, más lento voy yo.
A.R. ¿Sube a
cualquier hora?
Jacques Derrida: No. Por la noche no subo nunca. Trabajo mejor por la mañana. Nada más
levantarme, después de un café, es el mejor momento. Después de comer es más
difícil; sólo cuando estoy en casa puedo trabajar por la tarde. La noche queda
excluida. Nunca he trabajado por la noche, me resulta imposible.
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La entrevista fue extraída del sitio "Derrida en castellano" a cargo de Horacio Potel.
Las fotografías con que ilustramos esta entrevista pertenecen a Liliana Gelman, y puede verse en su página oficial, aquí.
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