lunes, 21 de noviembre de 2016
Cuando el bosque queda en el fondo del jardín. Graciela Montes y la reescritura de lo maravilloso.
"La fascinación por los odos se apoya en la oposición entre ser personajes muy pequeños -como el lector al que dirigen- pero, al contrario de lo que les ocurre a los niños, ser autónomos e ir adonde los lleva su deseo: "Pero un día Nicolodo quiso viajar. Y, como los odos hacen siempre lo que les da la gana, viajó""
Mila Cañón, Elena Stapich y Fernanda Perez (2009) "Cuando el bosque queda en el fondo del jardín. Graciela Montes y la reescritura de lo maravilloso" en Stapich, Elena y Cañón, Mila (2013) Para tejer el nido. Poéticas de autor en la literatura argentina para niños. Córdoba: Comunicarte.
La literatura infantil o de la captura del objeto - María Adelia Díaz Rönner
"El término "capturar" implica gestiones de búsqueda, de discernimiento, de reacomodamientos y de desplazamientos dentro de un campo semantizado y, a veces, invisibilizado ideológicamente, en el que se involucran fantasía, imaginarios (social y privado), prácticas de lecturas, armado y procesamiento de competencias lingüísticas y literarias, construcción o re-instalación de lectores de la cultura de la palabra y de la imagen visual; además, revela la existencia de actores de esa gestión, los que realizan la específica tarea de captura."
María Adelia Díaz Rönner (2001) "La literatura infantil o de la captura del objeto: años 80 y 90" en (2011) La aldea literaria de los niños. Selección y prólogo de Gustavo Bombini. Córdoba: Comunicarte. 125-132.
Opus nigrum - Norma Barbagelata
"El 'maestro' que 'nos' nombra el mundo puede también no obturar el espacio de lo sin nombre, su palabra puede ayudar a transitar los vados de lo informe, puede no ocultar sus caídas en lo innominado, su temblor y su hambre de palabras. De este modo ser esclavo y demiurgo al mismo tiempo, responsable hacedor del mundo. Alguien que pueda decir que el mundo que dice y describe es el mundo que le fue dado; y que nos puede decir también lo que él hace con esto que le ha sido dado. Afirma el mundo que está decidido a sostener y también lo sostiene con lo que elige enseñar, con lo que elige aprender y con el modo en que lo hace."
Norma Barbagelata (2011) "Opus nigrum" en Frigerio, Graciela y Diker, Gabriela (Comp.) (2011) Educar: figuras y efectos del amor. Seminarios del CEM. La Hendija: Paraná. 64-80.
El problema de Carmela - Graciela Montes
en Amadeo y
otra gente extraordinaria. Colihue: Buenos Aires. 1989.
Dicen que era un barrio tranquilo. Aunque hasta por ahí no más, porque
tenía sus cosas. Lo tenía a Macedonio, por, ejemplo, que era tan pero tan
friolento que en invierno se ponía medias de lana en las orejas. La tenía a la
Gorda, que sabía tocar el piano con el pie y aplaudir con los ojos. Y al perro
del panadero, que daba vueltas camero para atrás (y eso que no era de circo).
Además había habido una vez un incendio y un ladrón de banderines de
bicicletas.
Pero lo que nunca le había pasado a ese barrio era una Carmela Bermúdez
con sus cinco gatos. Carmela llegó así no más, en tren, como cualquiera, pero
con sombrero de vengodelejos y valija de aquímequedo. Carmela tenía cinco gatos
y un problema. Los cinco gatos tenían nombre, por supuesto, además de bigotes
largos y cola. Dicen que se llamaban Negra, Pato, Blanquita, Eufemio y
Baldomero. El problema, en cambio, no tenía nombre. Era grave.
Resulta que Carmela tenía cara redonda y colorada, bien agarrada con un
rodete. Y en la mitad de la cara, más o menos, una nariz chiquita, y abajo de
la nariz una boca, una boca enorme, toda llena de dientes y de risas y de
ruidos. Y, como tenía boca, Carmela hablaba. Hablaba como hablan todos. Y eso
era lo malo. Porque a Carmela, así como así, las palabras se le volvían cosas.
Dicho y hecho; Fíjense. Por ejemplo, Carmela llegó un miércoles de tarde
a la estación Florida. Había algo de sol pero del lado de Juan B. Justo se
veían venir unas nubes negras. A Carmela se le dio por decirles a los gatos:
—Para mí que hoy llueve a baldes.
Dicho y hecho. Las nubes negras se volvieron decididamente negrísimas. Y
cuando el aire se puso oscuro y espeso empezó a llover. Aunque llover no es la
palabra. Caían chorros, cataratas, paquetes de agua desde el cielo, que
reventaban las macetas y agujereaban los paraguas. Los gatos de Carmela
quedaron bastante maltrechos y, como conocían el problema de su dueña, la
miraron de costado y le dijeron:
—¡Ufa!
—Y bueno —se defendió Carmela—. Me olvidé. Claro que nadie se dio cuenta
de nada y Carmela pudo instalarse en Warnes casi esquina Lavalle sin que los
vecinos le guardaran rencor.
Pero después fue empeorando la cosa. En noviembre don Aníbal les dijo a
todos que se le casaba la menor, Lucianita.
—Usted queda invitada, Carmela —le dijo don Aníbal el jueves cinco a la
mañana—. Y los gatos también. Son muy educaditos.
Carmela fue corriendo a comprarles un perchero a los novios y le dijo de
paso a la Gorda:
—Don Aníbal nos invita a todos al casamiento. Va a tirar la casa por la
ventana.
Dicho y hecho, porque el día del casamiento don Aníbal se levantó bien
temprano, abrió la ventana del comedor y empezó a tirar la casa.
Con las cacerolas, la ropa, el jabón, los libros, el ventilador y los cuadritos
no tuvo inconvenientes, pero a las siete el diariero se lo encontró tratando de
sacar una cama de abuela con abuela y un ropero de tres cuerpos con espejo
ovalado y angelitos en las patas.
No hubo forma de pararlo y la mujer y la hija no tuvieron más remedio
que volver a entrar por la puerta lo que él había tirado por la ventana.
Quedaron todos muy cansados. Pero, cansados y todo, el novio y la novia
quisieron casarse, y se casaron. Y llegaron los invitados con claveles y volados.
Carmela y los cinco gatos les entregaron el perchero.
—¡Qué útil! — dijo Lucianita, que era muy cumplida.
—Útil y fuerte —les aseguró Carmela—. Les va a durar mil años.
Y dicho y hecho, porque aunque ninguno pudo nunca comprobarlo el
perchero ése enseguida tomó aires de llegar hasta 2957 sin dificultades.
Después le tocó a Pato, el gato blanquinegro, colalarga, bigotudo y
bueno. A Pato le encantaban las aceitunas, eso era muy cierto. Pero no era para
tanto.
Cuando Macedonio llegó de visita a lo de Carmela con dos bufandas,
guantes rojos y un frasco de aceitunas, Carmela levantó la tapa, lo llamó al
gato Pato y dijo, de puro buena:
— ¿Sabe, don Mace? Cuando ve una aceituna se le hace agua la boca.
Dicho y hecho, pobre Pato. Empezó a chorrear agua por la boca y después
llegaron los pececitos y las ranas y el patio se convirtió en una laguna y
Pato, muy asustado y subido a un árbol, parecía una estatua de estanque
municipal. Menos mal que Macedonio se fue enseguida con el frasco de las
aceitunas.
—Siempre me olvido, Patito. ¿Qué le voy a hacer? — decía Carmela
mientras empujaba el agua con el haragán—. Lo dije sin darme cuenta.
--¡Ufa!—murmuró Pato tratando de secarse las orejas contra un trapo. Y
así todo.
Lo malo es que cada vez había más testigos. Y cuando el incendio en la
verdulería del Beto, la Gorda se acordó de que esa misma mañana Carmela le
había dicho que el 'Beto echaba chispas porque se le habían estropeado dos
cajones de tomates.
Lo mismo cuando apareció la rosca gigante en Warnes y la vía porque
Carmela había venido gritando que se había armado una después del choque entre
el taxi y el 102.
O cuando le preguntó al chico del almacén si estaba en las nubes que no
oía lo que le decían y hubo que bajarlo con la ayuda de un barrilete.
Para no hablar del pobre Macedonio que, según Carmela, estaba flaco como
un papel y se fue volando hasta Coghlan un día de mucho viento, ni de Catalina,
la mujer del zapatero, que además de enojada quedó con los pelos de punta nomás
y tuvo que ir a la peluquería a hacerse una permanente de urgencia.
Muchas calamidades. Líos. Desorden. Palabras que se volvían cosas. Gente
que se volvía otra gente.
Todos estuvieron de acuerdo en que algo había que hacer. No es que no se
la quisiese a Carmela Bermúdez. Era buenaza, simpática y ayudona, además de
alta, gorda y colorada. Los gatos también eran tipos de confianza. Lo único
malo era el problema.
—Así no se puede seguir —decían todos.
Pero la veían pasar a Carmela con su sonrisa grande y la bolsa de hacer
las compras y dejaban pasarlos días.
Pero la cosa se iba poniendo negra (por suerte eso lo digo yo y no
Carmela), y un viernes a la tarde ; fueron todos a Warnes y Lavalle a
aclararla. —Vea, Carmela, usted va a tener que irse... Este era un barrio
tranquilo.
—Tranquilo, sí. Tranquilo como ag... -—empezó Carmela.
—-Shhhhhhh —dijeron todos a coro, y por suerte atajaron el “...ua de
pozo” antes de mojarse.
—-¿No ve, Carmela? Usted es un lío... Bueno, usted no, el problema.
— ¡Sí, que se vaya! —gritó la mujer del zapatero que le guardaba rencor
porque no le gustaba como le quedaba la permanente.
—¡Y si no se quiere ir, llamemos a la policía!
—¡Sí, eso, a la policía!
—¡Está prohibido hacer esas cosas!
—¡Más prohibido que comer sandía con vino! Todos gritaban, resoplaban,
rezongaban y gruñían.
Carmela los miró y empezó a ponerse triste. Y la gata Negra, que era muy
concienzuda, pensó:
“¡Mudamos otra vez! ¡Con lo mal que me caen las mudanzas!”
—Pero esta es mi casa —protestó Carmela—. Ustedes son mi barrio. Ya
estoy vieja para viajar tanto en tren. Quiero echar raíces.
Dicho y hecho. Los pies de Carmela Bermúdez empezaron a echar unas
raíces gordas que, después de romperle las zapatillas, se hundieron en la
tierra.
Todos la vieron tan sola a Carmela allí plantada en medio del jardincito
que pensaron que qué se le iba hacer y que, al fin de cuentas, ella no tenía la
culpa de su problema.
—Y bueno. Parece que se queda, nomás —dijo la Gorda aplaudiendo con los
ojos.
—Sí, mejor que se quede. Si no nos vamos a poner a llorar a mares y se
nos van a inundar las calles.
—¡Que se quede! ¡Que se quede!
Carmela sonrió contenta como un árbol de quinotos con toda la fruta.
—Eso sí. Hable poco, Carmela. Es lo mejor —le dijo el Beto, que todavía
estaba un poco chamuscado.
—Claro, claro —dijo Carmela sin darse cuenta.
A las diez de la noche, cuando Carmela pudo librarse de sus raíces,
todavía brillaba el sol (claro), pero los vecinos igual comían milanesas a la
napolitana y pastel de papa, porque ya se habían ido acostumbrando al problema
de Carmela.
Los gatos tenían hambre, de leche tibia y de hígado bien cortado, así
que empezaron a refregar el lomo, contra los zoquetes agujereados de Carmela.
—Ya voy, michungos. Voy volando —les dijo Carmela arrancándose la última
raíz de la zapatilla.
Y ninguno de los cinco gatos se sorprendió mucho cuando la vio a Carmela
Bermúdez haciendo la palomita sobre el techo.
domingo, 16 de octubre de 2016
Trabajo, biblioteca y escritura enfrente del río. - Entrevista a Cecilia Moscovich.
Este año recibimos en nuestra
Biblioteca Comunitaria a la poeta y docente Cecilia Moscovich (Santa Fe, 1978),
quien además trabaja como bibliotecaria y coordinadora de un grupo de jóvenes
mediadores de lectura en el barrio costero Alto Verde (Santa Fe). En busca de
tejer redes más sólidas y artesanales entre quienes estamos del lado de la
poesía, leyéndola o escribiéndola, es que se dio esta conversación con ella.
Para poder escucharnos mejor, para poder imaginar y hacer otras cosas entre
quienes llevamos adelante trabajos culturales y de abordajes territoriales.
Por Lautaro Maidana y Kevin Jones
Cuando se
dispone a leer en el aula, a Cecilia le piden que lea el poema que funciona
como hit en este grado, Mi casa. Cecilia tendrá que leerlo, por
segunda o tercera vez en el día:
Limpiar la mesada
apretar una naranja caída en el piso
para ver si no está demasiado madura.
Poner la pava
y saber que habrá yerba.
Llegar a casa
y tener una.
Prender la estufa
y que funcione.
Lavar los platos y ver cómo la mesada,
al menos eso,
poco a poco se va despejando.
Eso me hace sentir bien.
No es complicado.
Para eso no tengo que esperar
ni pensar demasiado
ni armar grandes planes para el futuro.
La escena se
da en el marco de las visitas que hacen poetas a la Escuela Nº202 Gaspar
Benavento dentro de la primer edición del Festival. Con la ayuda de Graciela Genre Bert,
bibliotecaria cómplice en este trabajo, y de sus docentes los estudiantes habían
estado leyendo poemas de la autora, especialmente de su libro Barranca (Ediciones Diatriba, 2012).
A Cecilia
esta lectura infantil de sus poemas la sorprendió. ¿Por qué esos niños se
habían encantado con “Mi casa”? ¿Qué sería para un niño eso de “llegar a casa /
y tener una” y no tener que “armar grandes planes para el futuro”? Algo de
enigma hay en el encuentro entre niños y poemas que se hace presente en esta
escritura que parece tocar sus alrededores con una mirada de niño. La sorpresa
infantil de poder tener una casa, de que los objetos funcionen y la certeza,
también infantil, del presente.
Escrituras,
infancias, talleres.
-¿Hace
cuánto que laburás en talleres de literatura con chicos?
-Empecé a trabajar en talleres de
literatura con chicos en 2006, en un Programa del Ministerio de Desarrollo de
la Nación que se llamaba “Familias y Nutrición”. Estaba buenísimo. Era de
desarrollo infantil integral, en el que se capacitaba a facilitadores
comunitarios en distintos ejes: nutrición, juego, lectura, crianza. Aparte era
con financiamiento de UNICEF y tenía unos recursos alucinantes. Viajábamos por
la provincia de Santa Fe y entregábamos cajas de libros para armar bibliotecas.
Eran cuatro cajas de libros de la mejor literatura infantil que te puedas
imaginar. Lo que yo hacía era más que nada capacitar gente que después
trabajaba con niños, pero a veces en los viajes también dábamos talleres para
los niños.
Con
el tiempo este proyecto se terminó pero yo seguí con lo de Alto Verde. Creamos
la biblioteca de jóvenes mediadores de lectura en el 2010. Que tampoco empezó
con la intención de crear una biblioteca. Yo llevé dos de estas cajas con
libros, que había pedido a Nación. La idea era formar un grupo de mediadores de
lectura. Y después la UNL nos dio la biblioteca de La Cuadra, y recibimos una
donación grande de libros que un grupo de voluntarios del MNR había hecho. Y de
golpe teníamos un montón de buenos libros y ya está: ¡tenemos una biblioteca! Y
ahí la armamos y la pusimos linda. Se fue dando sin que el objetivo inicial
haya sido “crear una biblioteca”.
Y
ahora doy talleres con los chicos de la escuela de al lado y después también
tengo un taller en la Biblioteca Pedagógica de Santa Fe.
- ¿Cómo
relacionás tu vida como poeta con trabajar literatura e infancia?
-No siento que esa experiencia haya impactado en mi escritura. No sé. Yo ya escribía de antes... ¡Y además me olvido que escribo cuando estoy con los chicos! Me encanta cómo imaginan los chicos, los mundos que construyen, las ideas delirantes que por ahí tienen. Y la verdad que me gustaría ser más capaz de tomar algo de eso cuando escribo, pero no, no me sale.
-¿Cuándo
crees que empezaste a leer literatura con deseo?
-¡De chiquita! Leía mucho, mucho, mucho,
mucho. A los 9 años más o menos era una bestia, leía muchísimo y me quedaba
encerrada. Me acuerdo que teníamos una quinta que era hermosa, pero a mí en ese
momento la naturaleza no me llamaba. Me encerraba, cerraba las persianas porque
me gustaba estar como en penumbras y me quedaba leyendo toda la tarde. Me
devoraba capaz que una novela por tarde.
Empecé leyendo lo que tenía a mano. La
Colección Robin Hood que era de mi tía, todo Luisa May Alcott, Jack London,
Mark Twain. Después mi mamá me tuvo que hacer socia de una biblioteca, la
Biblioteca Moreno. Pero ese tipo de libros que les contaba antes no existían
cuando era chica. Y la literatura para chicos no era lo que es la literatura
ahora: tan delirante, tan con humor o con cosas más oscuras.
Sobre
el trabajo con el grupo de jóvenes mediadores de lectura de Alto Verde,
“Pescando lectores”.
-¿Cómo surgió Lo escuché por ahí.
Historias de Alto Verde, estas publicaciones que recuperan narraciones
orales del barrio?
-En el 2011 yo había viajado a Brasil y
había una organización muy linda, Vagalume, en donde trabajan plantando
bibliotecas comunitarias en la Amazonia. Yo pude viajar con ellos y conocer un poquito
de lo que hacen, que es recopilar cuentos orales y llevarlos a la escritura.
Como tender puentes entre la cultura oral y la escrita, y producir con eso
libros artesanales. Me pareció re copada la idea de hacer libros a partir de
los relatos orales del barrio y no solamente llevar los cuentos de autores.
Así
surgió la idea con el grupo de mediadores de lectura de Alto Verde. Se los
propuse y les encantó. Entrevistamos a los abuelos de los chicos y a algunos
referentes del barrio. Nos contaron un montón de historias y nosotros después
fuimos seleccionando algunas y las fuimos ilustrando. Y luego el Ministerio
para el que trabajo y el de Cultura de Santa Fe, entre los dos, lo financiaron.
La
primera edición de estos libros era un montón: 4000 ejemplares. Después ya fue
menos y no pudimos repartir tantos. Circularon bastante por el barrio y es muy
habitual que los chicos cuando van a la biblioteca los vean y digan ¡ay, este
yo lo tengo en mi casa! Y lo recuerdan, y les gusta, y está bueno porque reconocen
las historias que aparecen ahí o a los personajes. La verdad que está bueno lo
que se dio de poder identificarse y que sus historias estén en un librito.
Poder replicar este tipo de cosas está re bueno.
Me
acuerdo que la primera vez que lo presentamos en la Feria del Libro fue súper
emotivo. Fueron los abuelos que habían contado, y fue importante para ellos que
sus historias estuvieran en un libro. Fue muy lindo. Y a los chicos les gustó
mucho también.
-¿Cómo
convivís ahí con los otros relatos imaginarios y las realidades más tangibles
respecto al barrio?
-Cuando yo empecé a trabajar en Alto
Verde hace cinco o seis años atrás todavía no estaba tan picante como está
ahora. Y en los últimos años se fue poniendo bastante violento y todo. Hubo un
año en 2014 que casi renuncio, porque había tiroteos todos los días, muchos de
los chicos con los que estaba trabajando fueron baleados y un par muertos. Y no
me lo banqué mucho. Pero después mermó un poco y ahí sigo estando.
Como
muchos barrios tenés eso, y después tenés gente viviendo y laburando también,
construyendo, yendo a trabajar, cocinando, cociendo, haciendo deporte, haciendo
murga, pescando...
A
mí me encanta Alto Verde, me encanta. Tiene algo, tiene su particularidad. Y el
río ahí le da algo de eso. De hecho yo no soportaría en otro lugar ese nivel de
violencia. Mi trabajo, la biblioteca, está enfrente del río. Salgo y está el
río todos los días. Llego con el auto o con la bici y está el río. Eso es un
plus. Y también la gente, por más que haya pobreza, no es lo mismo vivir en un
pasillo inmundo que vivir al lado del río, de ese paisaje.
Hay
gente que me dice “uuy, trabajás en Alto Verde...” y para los chicos es
tremendo eso. Ahora el mes que viene vamos a presentar un corto que hicimos con
los chicos y un poco muestra eso: lo que significa vivir en este barrio: La camisa blanca. Lo cuentan de manera
muy poética... Los más grandes siempre relatan que no pueden conseguir trabajo
porque son de Alto Verde... no es fácil para ellos.
Este
año también va a salir un libro que hicimos con una compañera del Ministerio de
Cultura, que se va a llamar El Bestiario de las Islas. ¡Ese va a estar
buenísimo! Hicimos todo el año pasado talleres en las escuelas y también
entrevistamos a referentes del barrio, no solo de Alto Verde sino también de
Rincón, Colastiné, La Vuelta del Paraguayo... todos parajes costeros para que
nos cuenten historias de aparecidos, seres fantásticos y otras cosas que se ven
en las islas. Y articulamos con los chicos de quinto año de la Escuela Mantovani
de Artes Visuales, porque ellos son los que ilustran. Está quedando muy bueno y
se copó mucha gente que no esperábamos.
El cortometraje “La camisa blanca” al que hacemos referencia
en esta entrevista se encuentra disponible en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=gSKqiAUE1Q0&feature=share
Mujeres que dan alas a los gatos.
Desde enero de este año, Barriletes articula
actividades junto al Comedor Comunitario “Grupo de Madres 17 de septiembre”
ubicado en Barrio Paraná XIV de nuestra ciudad. La existencia a través del
tiempo en nuestros alrededores de los Comedores Comunitarios nos habla de una
resistencia ante la vulnerabilidad social que tiene tiempo ya y que estamos
necesitando empezar a escuchar mejor.
Por Gabriela Baralle
Empiezo a escribir este texto en el momento
en que pongo un pie sobre el primer escalón del colectivo, y el 1 arranca por
calle Churruarín, esa línea que conecta la esquina del Comedor Comunitario
“Grupo de Madres 17 de septiembre” con las cinco esquinas (con ese nombre que
sabe tan lleno en mi boca: el chu que
se hace rrua vibrando en el cielo de
la boca y termina resbaloso y acento en rín).
Esa calle que conecta la punta del paraguas de alguien a quien llamaremos I.
con la rueda del Fluviales que me lleva de vuelta hasta Santa Fe, cruzando el
río.
Los talleres en el Comedor se iniciaron con
el último sol de enero que nos permitió habitar ese pedacito de vereda con
pasto, abismada contra la calle por la que pisan fuerte los colectivos y
camiones. En ese primer taller al que nos acompañaron los alagatos de la
escritora norteamericana Úrsula Le Guin llenamos la vereda de las mascotas que
imaginamos, nos inventamos, recordamos y leímos. Había muchos chicos esa vez:
algunos de ellos no han faltado nunca, a otros ya no los hemos visto. Esa tarde
el sol, la vereda, Mile, Kevin, hacían de gran cobija. Armábamos con nuestros
cuerpos la escena del taller junto a los niños y las niñas, en la que se
dibujaron con letras y lápices las mascotas que quedarían rondando por el
barrio de allí en más.
El Comedor Comunitario se sostiene en un
espacio no muy grande: una sala con mesas largas de madera y una ventana difícil
de abrir, una cocina en la que Sole les prepara la leche a quienes se dirigen
allí cada lunes, miércoles y viernes para merendar. Los nombres en torno a los
que se teje y sostiene el comedor son el de Marta, Sole, Ayelén. Pero
especialmente sin los cuerpos de Marta y Sole que están allí de manera
indispensable cada vez que vamos, no habría comedor, ni taller. Ellas
son la institución. Madres que dan de comer, dan lugar, y dan tiempo hace ya
por los menos 35 años.
Cuando pienso en el comedor comunitario me
resulta problemático o, al menos, inquietante, ver cómo allí se trama el orden
de lo institucional: el comedor comunitario como institución social del barrio
Paraná XIV, como institución que hoy y desde hace ya algunos años responde en
ese lugar por la infancia de los niños que van allí cada tarde. Marta, desde la
primera vez que fuimos, nos dice que lo que a ella le importa es que los
chicos no estén en la calle. Ese enunciado de Marta que ha aparecido casi todas
las veces que fuimos, me hace pensar en qué es lo que hay o puede haber en la
calle y qué es lo que hay o puede haber allí, en esa salita de la esquina de
Churruarín: ante la inmensidad y lo latente de la calle, ella ofrece la leche.
* * *
La mañana en que nos encontramos con Kevin
y Mile para discutir las formas de pensar(nos en) el Comedor[1] leímos La línea[2]
junto a un texto de la psicoanalista Mercedes S Minnicelli titulado “Infancias
en estado de excepción”. Poner juntos estos textos nos habilita a problematizar
las carencias en torno a la infancia: carencia de comida, de casa, institución,
de palabras, de sentidos.
Por un lado, la forma en que Minnicelli problematiza
los modos de mirar y tratar la infancia en las instituciones sociales,
judiciales y penales (en relación a casos particulares que presenta) nos
permite avanzar en ciertas preocupaciones y preguntas que surgen en el trabajo
en el comedor; por otro, desde las orillas de la literatura, leer La línea –ese libro que se escribe
solamente con un hombre y una línea- nos permite imaginar las formas en que es
posible construir desde la carencia nuevas formas de pensar y abordar la
infancia en las instituciones, o todo lo que se puede escribir sólo con una línea.
Minnicelli propone una metáfora política, infancia
en estado de excepción, para pensar
los lugares en los que las instituciones ubican a la infancia, donde los niños
y niñas son hablados desde aquello
que se les ha destinado de antemano: lejos de ser escuchados, son obligados implícitamente
a obedecer a ese destino que la sociedad y las mismas instituciones que se
dicen protectoras de la infancia les han otorgado. Y lo que implica esto es una
serie de faltas en torno a la
infancia que van de lo material a lo simbólico: la exclusión por falta de
presencias institucionales en la infancia genera sujetos desamparados ante aquello
a lo que se ven obligados a enfrentarse. El enunciado Infancias en estado de excepción refiere precisamente a aquellas
infancias arrojadas al universo simbólico de nuestra época sin aquello que les
permite simbolizar, sin las palabras, los relatos, los mitos que les permiten a
los niños y niñas partir desde algún lado para mirar lo Otro: infancias expuestas
y abandonadas “al encuentro con lo real, sin velo, adheridos a saberes que los
dejan en falta de mitos y leyendas”
señala esta autora. Estas infancias quedan en
banda ante la “posibilidad de encontrar recursos simbólico-imaginarios para
hacer frente a lo real”.
Después de apuntar estos conceptos
Minnicelli pasará a narrar el deambular institucional y
des-institucional(izado) de un niño al que llama Román, un niño que carga con
algunos monstruos inenunciables que lo llevan a ir repartiendo marcas violentas
y violentadas sobre los lugares por los que pasa, hasta conseguir, finalmente y
después de interminables ires y venires, hablar. En un momento del
relato Román, después de transitar por múltiples instituciones penales y
judiciales, cae en casa de una mujer a quien se conocía por dejar entrar chicos
de la calle a comer, bañarse y dormir. Y es en esa casa donde Román encontrará un
albergue donde reunir sus cosas desparramadas (juguetes en rincones de la
ciudad, papeles, ropa desparramada por los lugares en los que estuvo), para
juntar las partes de sí con las que ha ido dejando rastros de su paso.
Al leer esto pienso en los efectos que
podrá haber provocado en ese niño el olor de una casa frente al olor de
un hogar de menores de régimen cerrado, o de los juzgados. Pienso en las manos
de esa mujer (aún sin conocerla) frente a las manos de los policías que
trasladaban al niño de un lugar al otro. Pienso finalmente, en las manos de
Marta por las que circula el alimento de la tarde frente a las manos de la
calle por las que circulan quizás otras cosas. Y traigo esto, porque al pensar en
el Comedor Comunitario como una institución social que se está haciendo cargo
de algunas de las infancias de ese barrio de Paraná se hacen visibles las
múltiples formas en que se va tejiendo lo social, lo comunitario. Pienso
entonces, en cómo las instituciones pueden construir hospitalidades que
contengan, potencien y escuchen las infancias allí presentes. Pienso en las
formas de ir habitando espacios para construir hospitalidad desde y con lo que
allí ya se está tejiendo. Aún así, la pregunta sigue resonando: ¿cómo
escuchamos ese enunciado de Marta-quiero
que los chicos no estén en la calle- y
cómo respondemos a él? Intento recorrer el trazado de esa posible
respuesta en algunas escenas de taller, que me permiten volver sobre algunas
cosas que comienzan a escribirse e inscribirse en el Comedor.
Primera escena: Peras de agua
Los chicos van llegando de a poco al
comedor, la puerta está siempre abierta. Entran y salen del espacio según lo
desean. Algunas veces todos se sientan alrededor de la mesa, otras veces Sole
va sirviendo y así van merendando, un poco más dispersos, hasta que la merienda
se disuelve y ya no queda nadie. Los talleres en el comedor duran lo que dura
la leche, pero el último lunes (de abril) que fuimos el frío nos retuvo un poco
más y el comedor se transformó como en una casita en la que hubiéramos jugado
toda la tarde.
Con I. empezamos a forrar con papel crepé
amarillo una caja para guardar los materiales que Ayelén nos había alcanzado a
través de Marta, respondiendo a un pedido nuestro de insumos para trabajar
allí. Con plasticola y tijera, con ansiedad y cuidado fuimos tejiendo un sol de
cartón mientras afuera llovía. Kevin empezó a leer una carta-poema de Arnaldo Calveyra
(vuelta libro “toda ella sola”, como escribió después, por el trabajo editorial
de Mágicas Naranjas) y desde ese poema llovido y con olor a torta frita
desplegamos los poemas que habíamos llevado: los poemas frutados y frutales de
“Cerca del paraíso”, un poemario de Marylin Contardi que acabo de conocer y me
tiene hace un tiempo deslumbrada. Empiezo a leer con I. El cuerpo sobre la
mesa, los dedos medio pegoteados de la plasticola: “Peras de agua” (amarillas,
perfumadas, lisas y húmedas). Del poema a I. le gusta la seda, que marca
y envuelve con algo parecido a un círculo, con una fibra rosa sin saber bien dónde
marcar, dónde empieza y termina la letra o cuál es la palabra. Después dibuja
una pera muy amarilla con fibra y el papel de seda con témpera verde (pero
antes descubrimos que la seda es suave como el pincel en la mano: I. dice que
le gusta entregando el dorso de su manito abierta a la suavidad de seda del
pincel). Creo que es en ese acto de I. de abrir la mano con insistencia y
mirarme para que yo le entregue la seda del pincel donde se gesta la lectura (y
la escritura) del poema.
Segunda escena: Dar de comer, dar de
leer, dar a ver
El taller se ha ido tramando a través de
nombres de algunas mujeres: Marta, Sole, Mirta (Rosenmberg), Roberta
(Iannamico), lejana Úrsula, Marylin (Contardi): mujeres que dan alas a los
gatos, pero también leche calentita con chocolate, frutas y crema de belleza
con olor a rosas, que dan recetas (de cómo cocinar la polenta con el mar
bulliente, desvanecer la montaña para que se vuelva colchón calentito),
desenvuelven el perfume del papel de seda que trae las peras de agua desde Río
Negro. Cuando pregunto por “Río Negro” uno de los chicos responde que es la
calle. La calle que queda en el centro. Desde atrás, en un movimiento que se
sale del territorio propio del taller alguien corrige: ‘la calle esa no queda
en el centro, queda por acá a la vuelta’, dice esa voz adulta. ‘Y ella te habla
de la provincia, en el Sur’, continúa. Pero me pregunto cuál es el centro para
ese niño y si ese Río Negro-provincia existe o por qué no existe, de ser así.
Hay allí una lectura regida por leyes propias del taller: se empieza a
construir un territorio singular desde el cual leer el poema, con otras reglas, otras leyes de lectura.
Dejar
marcas. Construir la escena del taller
En el primer taller Úrsula nos prestó sus
gatos alados, en el segundo vino “Nomeolvides” de Roberta Iannamico, con su
recetario para cocinar polenta con el mar. Esa vez los poemas eran cuadros para
ser colgados. Los leímos, los rayamos, los pintamos y los volvimos a leer. Fuimos
colgando cada poema con los chicos, como forma de dejar marcas de ese taller
allí en el comedor, como la caja de materiales de crepé amarillo, como las
plantas de agua que acercamos en frascos y que ahora cuida Sole: empezar un
jardín -aunque minúsculo- es una forma de empezar a brotar un lugar, de
florecerlo. Formas mínimas de empezar a responder por aquello que el comedor es
para los niños y niñas que van allí cada tarde que está abierto para ellos pero
también para responder a Barriletes
y sus formas de pensar y abordar las políticas de infancia. O como propone
Minnicelli: ceremonias mínimas, formas mínimas de dar comienzo a aquello
que la psicoanalista piensa en términos de necesidad: “indagar cómo crear
dispositivos por los cuales sea posible diseñar marcos específicos que instituyan
diferencias; cortes que permitan operar tanto con aquellos chicos y
adolescentes que hablan por sus heridas sin marca, sin cicatriz, sin mitos ni
leyendas -que permitan bordear lo real-, como con aquellos niños y adolescentes
ávidos de sostén que habilite el pasaje para que el juego significante de la
historia señale alguna diferencia a la plasmada por la repetición ciega e
incesante de lo que no cesa de inscribirse”.
En ese tiempo en que las madres del comedor
dan de comer es donde nosotros damos de comer con ellas otra cosa. Comenzamos a llevar palabras, poemas, porque
es allí donde nosotros mismos encontramos los velos que nos permiten enunciar
lo inenarrable de lo real. Empezar a dar mitos y leyendas que permitan
simbolizar. Acompañar a buscar una idea, o como dice la poeta María Cristina
Ramos, acompañar “el encuentro con el traje lingüístico necesario”: en
el último taller, antes de irnos, los chicos toman la cámara de fotos y de a
uno van retratando, o mejor, construyendo
escenas de taller. Nos llevamos sus fotos para que nos enseñen ellos a mirar el
taller, a mirar qué pasó esa tarde allí.
*
* *
Nos vamos a la parada del 1 y vemos a I.
que viene corriendo desde las callecitas de más adentro y paraguas en mano nos
saluda, como tropezando, agitando su otra manito hasta que nos subimos y el
colectivo arranca. Churruarín: ese nombre que se desborda de la misma calle a
la que nombra deviene línea mientras avanza hacia el Comedor, pasa, se pliega y
nos permite imaginar nuevos vínculos institucionales desde los que sostener las
políticas barrileteras de infancia.
[1]
Este texto se escribió en un principio para el último Ateneo de Prácticas en
torno a la infancia, espacio que propicia el Área con Niños y Niñas en
Barriletes en Barriletes para pensar, revisar y discutir las concepciones de
infancia sobre las que sostenemos nuestras prácticas.
[2]
Se trata de un libro-álbum de Beatriz Doumerc y Áyax Barnes, publicado en Argentina
en el año 1975, y censurado por la Dictadura ese mismo año.
Cuidar el corazón. Huellas y puertos. - Entrevista a Norma Barbagelata.
Por Mariángeles Garcia y Kevin Jones
“Sabemos que la palabra corazón es excesiva, inmensa, y al mismo tiempo, está devaluada, banalizada y mercantilizada, abundan los ositos de peluche con corazones que dicen <<te quiero>>… Recordamos que Marguerite Yourcenar decía <<el corazón es algo que se vende en las carnicerías>>. Aún así, deseamos encontrar un lugar para el corazón, un puerto donde alojarlo que no sea los ositos de peluche ni las carnicerías.”
Norma Barbagelata, Lo que inquieta al corazón.
Desde el año pasado, en la Biblioteca barriletera “Esos Otros Mundos” sostenemos un trabajo de investigación, que se presenta como continuidad de los talleres de formación interna entre quienes, a partir de Barriletes, se vinculan con niños y niñas que se vienen produciendo en nuestra institución desde hace algunos años. En el marco de este andar, comenzamos a leer textos que nos permitan observar nuestras prácticas, construir nuevos modos de pensar y reflexionar acerca de lo que pasa en los talleres de Mediación de Lectura en los distintos espacios donde suceden: la escuela, el barrio, el hospital. Así llegaron a nuestra biblioteca algunos escritos de Norma Barbagelata.
Norma es Psicoanalista, Licenciada y Profesora en Filosofía y ejerce como docente en distintas instancias universitarias, de posgrado y maestrías.
Cuidar al corazón
Nos detenemos un momento en su texto “Lo que inquieta al corazón”. En ese comienzo, en ese tratar de darle un lugar al corazón –que citamos al comienzo de esta nota-, sentíamos que allí en ese párrafo podíamos permitirnos hipotetizar que nuestra Biblioteca, Barriletes, era una forma de darle un lugar al corazón, de construir un puerto entre lo íntimo y lo social.
─ ¿A qué sitios crees que deberíamos apostar para “buscarle un lugar al corazón”?
─ Creo que uno busca eso desde su propia necesidad de vivir. Es decir: de vivir con sentido, de vivir haciendo lo que realmente querés hacer. De vivir cercano a tus verdades. De vivir haciendo lo que te parece que tenés que hacer, digamos. Y siempre, por supuesto, sabes que negociás cosas. Sabes que dentro de vivir en este mundo tenés que aprender a ir a un banco y hablar con el cajero automático; tenés que aprender a hacer una propuesta de investigación -que cada vez tiene más pasos burocráticos y que perdés algo así como el setenta por ciento de tu energía rellenando papeles.
─ El universo kafkeano nos acecha, lo tenemos en cuanto abrís la puerta de la Universidad. Te encontrás del otro lado con gente maravillosa y de repente decís, “ay no, no estamos en un universo de robots”. Pero al mismo tiempo hay una Reglamentación en la Universidad donde, también, todos estamos obligados a cumplir ciertas cuestiones que la burocracia, que la vida social nos impone. Y ahí salís de lo que te gusta y de lo que querés, y de lo que te empuja al corazón y operas desde otro lugar. El tema es que el corazón no se te seque, no pierda el contacto con vos mismo, porque sino te perdés la posibilidad de la sensibilidad. Yo no la quiero perder, porque disfruto la sensibilidad. La insensibilidad es una cosa feísima, es lo que produce que la gente entre en esta desmesura capitalista de tener más y más porque son absolutamente insensibles. Y eso lo pagan demasiado caro. Yo prefiero sentir de otro modo. Conservando mi corazón. Relacionándome con gente que preserva su corazón.
─ También cuido mucho a los trabajadores que se desempeñan en la línea de "trinchera", aquellos que se desempeñan en contacto con la parte más rechazada de lo social. He trabajado bastante esta cuestión de “hay que cuidar al corazón, compañeros”. (…) Hay que hacer un entrelazamiento Eros (amor) y Thánatos (muerte) todo el tiempo, de manera tal que vos puedas renovar las alegrías de los encuentros, la risa, el disfrute. Y no que te quede una especie de cosa masoquista, gozosa, de sufrimiento: ese niño que no me lo puedo sacar de la cabeza. No. Tenés que poder sacártelo de la cabeza. Tenés que poder olvidarlo, para poder renovar tus fuerzas, para poder volver a trabajar en ciertos lugares. El corazón tiene todas esas cosas. Ese cuidado que hay que tener con él, y al mismo tiempo es por lo único que vale la pena hacer las cosas.
El cuidado de la infancia
Desde Barriletes, en el vínculo institucional con la infancia, puede buscarse un cuidado del corazón.
─ ¿Cómo pensas vos estas cuestiones en la relación a las infancias y las instituciones públicas en Paraná? Si hay faltas ¿Qué deberíamos atender, o qué fortalezas deberíamos seguir manteniendo?
─El tema de la infancia es un tema que nos ha ocupado mucho. Hace veinte años atrás, en una Asamblea del Colegio de Psicólogos me acuerdo que hablamos, frente a todos los colegas, y nos propusimos que el Colegio tenía que tomar el tema de la infancia como un tema prioritario, porque veíamos que estábamos asistiendo a un suicidio colectivo, en la medida en que permitíamos que, en nuestra ciudad y en nuestra sociedad, los chicos se criaran en la calle. Porque si los chicos se crían en la calle, si no hubo ningún cuidado, ese niño no va a aprender jamás lo que es cuidarse o cuidar al otro y lo único que sabe es buscar lo que necesita para sobrevivir de la manera que fuere, sin ningún cuidado ni por su propia integridad ni por la integridad de nadie. Esto es un nivel de disolución cultural que atenta contra la posibilidad misma de la cultura. Es lo que dice Freud en El malestar de la civilización: Una cultura como la nuestra, que plantea los goces con esta distribución es una civilización suicida. Yo sigo pensando que tenemos posiciones que son absolutamente suicidas. Y a partir de ahí estuvimos trabajando en forma recurrente en el tema de la infancia.
─Como adultos tenemos que preguntarnos, intervenir, decirle a otros, decirlo en los diarios, decirlo en nuestros escritos, promover instituciones... Yo trabajé muchos años con el equipo de Infancia de Santa Fe, que dependía de Salud Mental y trabajaba con los niños de la calle. Hicimos un montón de trabajos. En este momento llevamos hace un año un laburo de recopilación de los trabajos que se hicieron con el equipo de Santa Fe, un equipo maravilloso de gente. Psicoanalistas, terapistas ocupacionales, profesoras de gimnasia, trabajadores sociales. Estuvimos cuatro años trabajando esa experiencia. Y hay experiencias de todo tipo. Entonces, yo planteo la cuestión del trabajador y el impacto que producen estas realidades tan duras, para nosotros: no solo para el que la vive. Son durezas diferentes y que tenemos que aprender a situar. Son dificultades distintas. Pero para nosotros es difícil. Se te mueven todas las identificaciones, acerca de lo que está bien, de lo que está mal, de lo que es un ser humano, de lo que es el dolor, de lo que es el placer. Todo. Se te mueve todo. Sobre todo se te mueven las responsabilidades sociales que tenemos. Es complicado eso.
─Es necesario poder desidentificarse. A mí me parece que en esos momentos, es interesante que en el grupo ustedes, tomen la idea de hablemos de lo que nos conmocionó, fundamentalmente. Qué me impactó a mí. Me impactó cuando Fulanito dijo tal palabra, o cuando Menganito contó cómo le pegaba el papá, o cuando Sultanito contó cómo vio cuando mataban a alguien.
Así, Norma plantea que es necesario poder separar, crear una distancia entre aquello que el niño nos cuenta, su propio malestar, su dolor, de aquello que en nosotros despierta y resuena como angustia. Poder identificar por qué para uno, como tallerista en este caso, aquello que escuchamos, vemos, sentimos, tiene ese correlato, poder diferenciar e identificar qué es lo que nos conmocionó a nosotros, como sujetos. Y sitúa:
-Porque tu trabajo es ese: no confundir tu angustia y tus representaciones con las del niño, y si vos tuviste un impacto tan fuerte, las confundís y se las aplicas. Ahí el niño se ve desde un lugar que le resulta más doloroso todavía. Tu mirada le hace doler en un lugar donde a él no le dolía. Bueno, entonces, aprender de eso. No quiere decir ser insensible a ese dolor que uno sabe que el niño trae. Hablemos de ese dolor que el niño trae, y veamos cómo podemos ayudarlo en ese dolor que el niño trae. Con las posibilidades que el niño mismo nos tiene que decir que él encuentra. Porque él es el que conoce su medio. Él es el que sabe si hay una vecina tres cuadras más allá que, si él va le da un refugio durante tres horas. Él es el que tiene que acordarse en la charla con vos que está esa vecina. En todo caso, lo tuyo es promover a que encuentre qué cosas le han hecho bien. En qué momento ha logrado, o con qué cosas se olvida. O incluso más, el espacio que les estoy proponiendo es un espacio que permite el olvido. Eso me parece que es fantástico.
─Tenemos que construir un Otro Social, con instituciones, con personas, aunque sea de a ratitos, y que intenten introducir estos niños en un mundo simbólico donde tengan posibilidades de hacer otra cosa que matarse. Porque aquí es como dice Safouan que dice Lacan que dice Freud: la palabra o la muerte. Nosotros vamos por la vía del Eros enlazada a la palabra; lo otro es la vía del Thanatos, que se enlaza a las armas, a la guerra, al cuerpo a cuerpo, a la violencia. Nuestra propuesta es la otra, la del Eros.
Las ilustraciones de este post pertenecen a Mandana Sadat
martes, 4 de octubre de 2016
Algunos fragmentos del VIII Festival Nacional de Poesía en la Escuela en Paraná
Compartimos apuntes y registros de dos actividades planificadas este año en el marco del VIII Festival Nacional de Poesía en la Escuela que tuvo lugar en nuestro país entre los días 15 y 30 de septiembre.
Para saber más sobre el Festival, así como adentrarse en las actividades realizadas en el resto del país, envíamos al sitio del Festival: BLOG - Poesía en la Escuela.
Miércoles 28 de septiembre. En la Escuela Nº197 Héroes de Malvinas.
El miércoles 28
de septiembre fuimos a celebrar el Festival con los chicos y chicas de la Escuela
Primaria Nº 197 Héroes de Malvinas.
Conocemos esta escuela porque participamos el año pasado con actividades en la
Maratón de lectura, y después sus directivos nos invitaron a hacer un taller
allí durante este año. Desde la Asociación Civil Barriletes realizamos en el
barrio Paraná V, donde se ubica la escuela, un taller semanal que sucede en una
plaza y en el Centro de Salud Arturo
Illia, a
media cuadra de la escuela. Justamente por eso, nos gustó la idea de
trabajar en esa institución escolar, porque desde los pequeños espacios que
habitamos semanalmente en el barrio apostamos por un trabajo comunitario, en el
cual se generen articulaciones entre las instituciones presentes allí.
Proyectamos un
espacio de taller mensual en la escuela, con los niños y niñas del Primer
ciclo, teniendo dos encuentros con cada grado. Uno de ellos sucede en la
biblioteca escolar y el otro en la Sala comunitaria del Centro de Salud. A
partir de este trabajo con el Primer ciclo, pensamos la propuesta que queríamos
llevar en el marco del Festival.
¿La poesía puede estar en la escuela?
Esa pregunta
anduvo asomándose entre la biblioteca escolar y el patio en donde nos
encontramos con los chicos. Llevamos solo poemas de Edgardo Zotto, un poeta
nacido en Rosario que falleció hace muy pocos años. Queríamos hacerle esa tarde
un homenaje. No conseguimos toda su obra, pero sí teníamos sus dos últimos
libros hermosos publicados por Iván Rosado, Diario
del regreso y Mayo del ´68, y uno
del 2010, titulado Buceo. A partir de
esos tres poemarios, armamos una antología para leer esa tarde. Fuimos a la
escuela con nuestros susurradores, muchas tizas, pinturas, hojas y lápices.
Invitamos a una compañera barriletera que estudia fotografía para que haga un
registro. Muchas veces las escenas de taller que se construyen son tan intensas,
que buscar la cámara para una foto, salirse de la escena, hace que se diluya.
Por eso nos resultó necesario ese trabajo sigiloso de Stefa.
Elegimos los
poemas de Edgardo Zotto por las imágenes que construyen. Poemas por lo general
breves, que trabajan sobre detalles imperceptibles para el trajín cotidiano,
como en Gouche: “Goma y miel/ en el
agua que diluye/ las flores del laurel/ y en el esbozo del arroyo que/ de tan
pequeño/ se confunde con la gota/ de rocío que cae/ en el papel de la mañana”
(Buceo, 2010). Con estos poemas, les
propusimos a los estudiantes armar un álbum. Ese álbum sería intervenido tanto
por los de Tercer grado como por los de Primero, así que por eso les pedimos
ayuda a los más grandes para transcribir la antología en grandes hojas y
después sus compañeros ilustraron el significado de alguno de los versos de
esas transcripciones. De esa tarde, detrás de los papeles con poemas
intervenidos por los gurises, quedan imágenes luminosas, algunas de las cuales
trataremos de rememorar.
El encuentro de
los chicos de 3ero con Diario del regreso
fue con los ojos cerrados. Estuvimos en la biblioteca, sentados en dos
grandes hileras de bancos enfrentadas, imaginando cómo sería ese libro, cómo
serían los poemas que tiene dentro, como sería quien los escribió. De pronto,
una pregunta hace que nos pongamos a escribir. ¿Qué es un regreso? ¿Cómo es tu
regreso desde la escuela a tu casa? Hay distintos materiales en una mesita,
para elegir a gusto. Por ahí alguien vuelve a preguntar qué es un regreso, en
voz bajita porque en ese momento la actividad era silenciosa.
En los recreos,
nos llevamos al patio los susurradores y un par de libros de la biblioteca
escolar. En el recreo de la mitad de la jornada, los gurises toman la merienda,
así que nos colamos en el comedor para llevar algunas palabras con que
acompañar la merienda. Había pocos niños. Cada tallerista andaba con un libro,
susurrando, tirando al aire los textos que llevamos. Entre ellos, La vaca ventilador de Graciela Repún.
Los poemas que escribe Repún trabajan desde distintas formas, construyendo
caligramas o juegos con distintas onomatopeyas y sonoridades. Algunos de ellos
leímos también en el primer recreo, sentaditos debajo de una sombra.
En la última
hora trabajamos con los chicos y chicas de primer grado. Antes de que
pudiésemos proponerles alguna actividad, armaron con nosotros una ronda muy
apretada, y en esa escena tuvo lugar también esa pregunta por la poesía. Por si
puede o no venir a la escuela. Por cómo hace para venir. Por dónde está
entonces la poesía. Charlamos así en ronda por un buen rato. Después nos
dividimos en grupos para intervenir los poemas que los estudiantes de tercero
habían transcripto.
Además de imágenes, nos fuimos de la escuela con
ruidos, ¿es la escuela un lugar en el que se
puedan cerrar los ojos? Una acción tan mínima, pero que para permitírnosla
debemos sentirnos seguros, sabiendo de que no nos pueda pasar nada. ¿Es la
escuela un lugar en donde se puede construir intimidad? La poesía genera cosas,
sentimientos, movimientos. Nos hace saber que somos sujetos frágiles. De allí el
riesgo de cerrar los ojos, escuchar el susurro de unos versos, compartir
impresiones, lecturas personales con compañeros y compañeras. De allí la luz de
estas escenas que quisimos registrar. ¿Es la escuela un lugar para los poemas
de Edgardo Zotto? Desde nuestro quehacer en la Biblioteca “Esos otros mundos”
venimos trabajando en las escuelas con poemarios que no son pensados para un
lector infantil, problematizando una idea hegemónica de literatura infantil que
desde las lecturas de Diaz Rönner (La
aldea literaria de los niños, 2011) nos hace ruido. Así es como propiciamos
“contrabandos discursivos” al decir de la investigadora, contrabandos de los
cuales los chicos se apropian y producen otros modos de lecturas que siempre
nos sorprenden.
Viernes 30 de septiembre. En la Asociación Civil
Barriletes.
Al igual que el
año pasado, nos interesaba poder incluir dentro del Festival una instancia de
formación que nos permitiera volver a pensar las prácticas. Esa instancia fue
el Panel Sobre los bordes de la Escritura
y la Infancia. Un espacio en que los profesores e investigadores Germán
Prósperi y Daniela Fumis compartieron sus saberes en torno al borde teórico que
implica la instancia de escritura en la infancia. El eje de este encuentro
fueron las escrituras infantiles compiladas en Y las estrellas caminaban como nosotros (Ediciones Barriletes,
2016).
Desde la
Biblioteca Comunitaria decidimos abrir ese panel confesando las inquietudes que
nos llevaron a planificarlo en el marco del Festival de Poesía en la Escuela.
Creemos que transcribir esas palabras es la forma más sincera de compartir
parte de lo sucedido esa tarde.
Imaginamos esta
Biblioteca durante los últimos años como un dispositivo de intervención
territorial, de formación específica en torno a la Mediación de Lectura, y de
gestión, no solo cultural sino también política. Una Biblioteca de talleristas,
que hace comunidad desde el trabajo situado junto a otras instituciones (la
Escuela, el Comedor, el Hospital) de nuestra ciudad a partir de los abordajes
que son construidos y llevados adelante por los diferentes integrantes del
Equipo de Mediación de Lectura que conformamos dentro de una Organización
Social, cuya solidez y transparencia nos enorgullece cotidianamente.
Cómo
capacitarnos para lo que no hay capacidad, se preguntaba a fines del año pasado
la psicoanalista Norma Barbagelata. ¿Qué esperamos de los saberes? Cómo
formarnos para lo impensado que la vulnerabilidad social nos muestra. En esa
fragilidad a la que nos exponemos las Organizaciones Sociales, hay nombres
propios a los que volvemos, a los que convocamos para saber cómo volver. En el
proyecto comunitario de la Biblioteca barriletera, las voces de Germán Prósperi
y Daniela Fumis, docentes e investigadores de la Facultad de Humanidades y Ciencias
(UNL), se inscriben en la trama de vínculos que nos sostienen. Vínculos que nos
siguen permitiendo volver a mirar las prácticas y, aún más, seguir teniendo
tiempo, cuerpo y corazón para poder seguir llevándolas adelante.
La profundidad
de sus preguntas en torno al borde construido entre la infancia y la
literatura, la insistencia en colocar a la infancia en un lugar de inestable
interrogación, nos hace fantasear con las lecturas posibles que estos
profesores aporten alrededor de Y las
estrellas caminaban como nosotros. Un libro concebido como archivo de la escritura sucedida en los
talleres sostenidos junto a niños y niñas de los barrios Paraná y Villa Mabel.
Un libro entendido también como modo de intervención sobre estas escrituras,
como propuesta de una política de lectura que finalmente entienda a las
escrituras infantiles como escrituras literarias, donde demos lugar a una
autoría infantil como parte de la sensibilidad autónoma en la infancia.
Este Panel
entonces cierra el círculo propuesto por la publicación de Y las estrellas... al invitar a los “críticos literarios” a leer el
papel escrito en letra de niño. De esos desfasajes vivimos quienes apostamos
aún a la palabra, a la transferencia, a la trama comunitaria. De esos
aprendizajes inesperados sabe el Festival Nacional de Poesía en la Escuela, esa
experiencia federal que desde hace siete años aúna instituciones educativas y
culturales de Argentina año a años en pos de proponer acercamientos de la
poesía y los poetas a la Escuela.
Desde el año pasado,
Barriletes forma parte de este Festival proponiendo un trabajo
interinstitucional que este año nos encontró visitando la Escuela Nº197 Héroes de Malvinas. Desde el pasado
quince de septiembre hasta hoy, se han repetido en nuestro país las más
diversas experiencias de Taller, visitas de poetas y propuestas artísticas en
el marco de ese Festival, al cual este Panel se suma. Mirar las fotos, leer los
registros, observar el libro publicado por el Festival este año, Pie firme sobre cálido cielo, nos
reconfirma certezas, nos vuelve a hablar de las posibilidades que encontramos
en medio de los imposibles.
Este año en
particular, el Festival Nacional de Poesía en la Escuela se nos presenta como
nuestro más claro movimiento frente al vaciamiento del Plan Nacional de Lectura
y la discontinuidad de las políticas de compra de libros por parte del
Ministerio de Educación Nacional. Esos libros que permiten, en las diferentes
escuelas que transitamos, a muchos niños y niñas tener por primera vez la
experiencia de ser lector de biblioteca.
De pronto vemos
a los poetas fotografiados con tiza, en pose de maestros, usando el pizarrón. Y
así la escena escolar se mueve, porque vuelve a señalarnos su necesidad. Migrar
la palabra poética al aula, migrar la palabra áulica a Barriletes.
Uno de los
textos de Germán favoritos de esta Biblioteca es “Decir el mar: algunas
hipótesis sobre la formación docente”. Varias veces lo hemos fotocopiado y dado
a leer a las docentes y bibliotecarias con que trabajamos. Se trata de un texto
viejo, escrito en Santa Fe para otro público, en el cual ninguno de nosotros
nos contábamos. Desde esa escritura hasta aquí, en ese desfasaje de tiempos y
espacios que llamamos lectura, se construye esta Biblioteca. Aún tratamos de
responder a ese texto, Germán. Quizás porque el deseo sigue provocando excesos.
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