domingo, 16 de octubre de 2016

Trabajo, biblioteca y escritura enfrente del río. - Entrevista a Cecilia Moscovich.


Este año recibimos en nuestra Biblioteca Comunitaria a la poeta y docente Cecilia Moscovich (Santa Fe, 1978), quien además trabaja como bibliotecaria y coordinadora de un grupo de jóvenes mediadores de lectura en el barrio costero Alto Verde (Santa Fe). En busca de tejer redes más sólidas y artesanales entre quienes estamos del lado de la poesía, leyéndola o escribiéndola, es que se dio esta conversación con ella. Para poder escucharnos mejor, para poder imaginar y hacer otras cosas entre quienes llevamos adelante trabajos culturales y de abordajes territoriales.

Por Lautaro Maidana y Kevin Jones

Cuando se dispone a leer en el aula, a Cecilia le piden que lea el poema que funciona como hit en este grado, Mi casa. Cecilia tendrá que leerlo, por segunda o tercera vez en el día:

Limpiar la mesada
apretar una naranja caída en el piso
para ver si no está demasiado madura.
Poner la pava
y saber que habrá yerba.
Llegar a casa
y tener una.
Prender la estufa
y que funcione.

Lavar los platos y ver cómo la mesada,
al menos eso,
poco a poco se va despejando.
Eso me hace sentir bien.

No es complicado.
Para eso no tengo que esperar
ni pensar demasiado
ni armar grandes planes para el futuro.

La escena se da en el marco de las visitas que hacen poetas a la Escuela Nº202 Gaspar Benavento dentro de la primer edición del Festival. Con la ayuda de Graciela Genre Bert, bibliotecaria cómplice en este trabajo, y de sus docentes los estudiantes habían estado leyendo poemas de la autora, especialmente de su libro Barranca (Ediciones Diatriba, 2012).

A Cecilia esta lectura infantil de sus poemas la sorprendió. ¿Por qué esos niños se habían encantado con “Mi casa”? ¿Qué sería para un niño eso de “llegar a casa / y tener una” y no tener que “armar grandes planes para el futuro”? Algo de enigma hay en el encuentro entre niños y poemas que se hace presente en esta escritura que parece tocar sus alrededores con una mirada de niño. La sorpresa infantil de poder tener una casa, de que los objetos funcionen y la certeza, también infantil, del presente.

Escrituras, infancias, talleres.

-¿Hace cuánto que laburás en talleres de literatura con chicos?

-Empecé a trabajar en talleres de literatura con chicos en 2006, en un Programa del Ministerio de Desarrollo de la Nación que se llamaba “Familias y Nutrición”. Estaba buenísimo. Era de desarrollo infantil integral, en el que se capacitaba a facilitadores comunitarios en distintos ejes: nutrición, juego, lectura, crianza. Aparte era con financiamiento de UNICEF y tenía unos recursos alucinantes. Viajábamos por la provincia de Santa Fe y entregábamos cajas de libros para armar bibliotecas. Eran cuatro cajas de libros de la mejor literatura infantil que te puedas imaginar. Lo que yo hacía era más que nada capacitar gente que después trabajaba con niños, pero a veces en los viajes también dábamos talleres para los niños.
            Con el tiempo este proyecto se terminó pero yo seguí con lo de Alto Verde. Creamos la biblioteca de jóvenes mediadores de lectura en el 2010. Que tampoco empezó con la intención de crear una biblioteca. Yo llevé dos de estas cajas con libros, que había pedido a Nación. La idea era formar un grupo de mediadores de lectura. Y después la UNL nos dio la biblioteca de La Cuadra, y recibimos una donación grande de libros que un grupo de voluntarios del MNR había hecho. Y de golpe teníamos un montón de buenos libros y ya está: ¡tenemos una biblioteca! Y ahí la armamos y la pusimos linda. Se fue dando sin que el objetivo inicial haya sido “crear una biblioteca”.
            Y ahora doy talleres con los chicos de la escuela de al lado y después también tengo un taller en la Biblioteca Pedagógica de Santa Fe.

- ¿Cómo relacionás tu vida como poeta con trabajar literatura e infancia?

-No siento que esa experiencia haya impactado en mi escritura. No sé. Yo ya escribía de antes... ¡Y además me olvido que escribo cuando estoy con los chicos! Me encanta cómo imaginan los chicos, los mundos que construyen, las ideas delirantes que por ahí tienen. Y la verdad que me gustaría ser más capaz de tomar algo de eso cuando escribo, pero no, no me sale.

-¿Cuándo crees que empezaste a leer literatura con deseo?

-¡De chiquita! Leía mucho, mucho, mucho, mucho. A los 9 años más o menos era una bestia, leía muchísimo y me quedaba encerrada. Me acuerdo que teníamos una quinta que era hermosa, pero a mí en ese momento la naturaleza no me llamaba. Me encerraba, cerraba las persianas porque me gustaba estar como en penumbras y me quedaba leyendo toda la tarde. Me devoraba capaz que una novela por tarde.

Empecé leyendo lo que tenía a mano. La Colección Robin Hood que era de mi tía, todo Luisa May Alcott, Jack London, Mark Twain. Después mi mamá me tuvo que hacer socia de una biblioteca, la Biblioteca Moreno. Pero ese tipo de libros que les contaba antes no existían cuando era chica. Y la literatura para chicos no era lo que es la literatura ahora: tan delirante, tan con humor o con cosas más oscuras.

Sobre el trabajo con el grupo de jóvenes mediadores de lectura de Alto Verde, “Pescando lectores”.

-¿Cómo surgió Lo escuché por ahí. Historias de Alto Verde, estas publicaciones que recuperan narraciones orales del barrio?

-En el 2011 yo había viajado a Brasil y había una organización muy linda, Vagalume, en donde trabajan plantando bibliotecas comunitarias en la Amazonia. Yo pude viajar con ellos y conocer un poquito de lo que hacen, que es recopilar cuentos orales y llevarlos a la escritura. Como tender puentes entre la cultura oral y la escrita, y producir con eso libros artesanales. Me pareció re copada la idea de hacer libros a partir de los relatos orales del barrio y no solamente llevar los cuentos de autores.
            Así surgió la idea con el grupo de mediadores de lectura de Alto Verde. Se los propuse y les encantó. Entrevistamos a los abuelos de los chicos y a algunos referentes del barrio. Nos contaron un montón de historias y nosotros después fuimos seleccionando algunas y las fuimos ilustrando. Y luego el Ministerio para el que trabajo y el de Cultura de Santa Fe, entre los dos, lo financiaron.
            La primera edición de estos libros era un montón: 4000 ejemplares. Después ya fue menos y no pudimos repartir tantos. Circularon bastante por el barrio y es muy habitual que los chicos cuando van a la biblioteca los vean y digan ¡ay, este yo lo tengo en mi casa! Y lo recuerdan, y les gusta, y está bueno porque reconocen las historias que aparecen ahí o a los personajes. La verdad que está bueno lo que se dio de poder identificarse y que sus historias estén en un librito. Poder replicar este tipo de cosas está re bueno.
            Me acuerdo que la primera vez que lo presentamos en la Feria del Libro fue súper emotivo. Fueron los abuelos que habían contado, y fue importante para ellos que sus historias estuvieran en un libro. Fue muy lindo. Y a los chicos les gustó mucho también.

-¿Cómo convivís ahí con los otros relatos imaginarios y las realidades más tangibles respecto al barrio?

-Cuando yo empecé a trabajar en Alto Verde hace cinco o seis años atrás todavía no estaba tan picante como está ahora. Y en los últimos años se fue poniendo bastante violento y todo. Hubo un año en 2014 que casi renuncio, porque había tiroteos todos los días, muchos de los chicos con los que estaba trabajando fueron baleados y un par muertos. Y no me lo banqué mucho. Pero después mermó un poco y ahí sigo estando.
            Como muchos barrios tenés eso, y después tenés gente viviendo y laburando también, construyendo, yendo a trabajar, cocinando, cociendo, haciendo deporte, haciendo murga, pescando...       
            A mí me encanta Alto Verde, me encanta. Tiene algo, tiene su particularidad. Y el río ahí le da algo de eso. De hecho yo no soportaría en otro lugar ese nivel de violencia. Mi trabajo, la biblioteca, está enfrente del río. Salgo y está el río todos los días. Llego con el auto o con la bici y está el río. Eso es un plus. Y también la gente, por más que haya pobreza, no es lo mismo vivir en un pasillo inmundo que vivir al lado del río, de ese paisaje.
            Hay gente que me dice “uuy, trabajás en Alto Verde...” y para los chicos es tremendo eso. Ahora el mes que viene vamos a presentar un corto que hicimos con los chicos y un poco muestra eso: lo que significa vivir en este barrio: La camisa blanca. Lo cuentan de manera muy poética... Los más grandes siempre relatan que no pueden conseguir trabajo porque son de Alto Verde... no es fácil para ellos.
            Este año también va a salir un libro que hicimos con una compañera del Ministerio de Cultura, que se va a llamar El Bestiario de las Islas. ¡Ese va a estar buenísimo! Hicimos todo el año pasado talleres en las escuelas y también entrevistamos a referentes del barrio, no solo de Alto Verde sino también de Rincón, Colastiné, La Vuelta del Paraguayo... todos parajes costeros para que nos cuenten historias de aparecidos, seres fantásticos y otras cosas que se ven en las islas. Y articulamos con los chicos de quinto año de la Escuela Mantovani de Artes Visuales, porque ellos son los que ilustran. Está quedando muy bueno y se copó mucha gente que no esperábamos.


El cortometraje “La camisa blanca” al que hacemos referencia en esta entrevista se encuentra disponible en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=gSKqiAUE1Q0&feature=share

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