Este año recibimos en nuestra
Biblioteca Comunitaria a la poeta y docente Cecilia Moscovich (Santa Fe, 1978),
quien además trabaja como bibliotecaria y coordinadora de un grupo de jóvenes
mediadores de lectura en el barrio costero Alto Verde (Santa Fe). En busca de
tejer redes más sólidas y artesanales entre quienes estamos del lado de la
poesía, leyéndola o escribiéndola, es que se dio esta conversación con ella.
Para poder escucharnos mejor, para poder imaginar y hacer otras cosas entre
quienes llevamos adelante trabajos culturales y de abordajes territoriales.
Por Lautaro Maidana y Kevin Jones
Cuando se
dispone a leer en el aula, a Cecilia le piden que lea el poema que funciona
como hit en este grado, Mi casa. Cecilia tendrá que leerlo, por
segunda o tercera vez en el día:
Limpiar la mesada
apretar una naranja caída en el piso
para ver si no está demasiado madura.
Poner la pava
y saber que habrá yerba.
Llegar a casa
y tener una.
Prender la estufa
y que funcione.
Lavar los platos y ver cómo la mesada,
al menos eso,
poco a poco se va despejando.
Eso me hace sentir bien.
No es complicado.
Para eso no tengo que esperar
ni pensar demasiado
ni armar grandes planes para el futuro.
La escena se
da en el marco de las visitas que hacen poetas a la Escuela Nº202 Gaspar
Benavento dentro de la primer edición del Festival. Con la ayuda de Graciela Genre Bert,
bibliotecaria cómplice en este trabajo, y de sus docentes los estudiantes habían
estado leyendo poemas de la autora, especialmente de su libro Barranca (Ediciones Diatriba, 2012).
A Cecilia
esta lectura infantil de sus poemas la sorprendió. ¿Por qué esos niños se
habían encantado con “Mi casa”? ¿Qué sería para un niño eso de “llegar a casa /
y tener una” y no tener que “armar grandes planes para el futuro”? Algo de
enigma hay en el encuentro entre niños y poemas que se hace presente en esta
escritura que parece tocar sus alrededores con una mirada de niño. La sorpresa
infantil de poder tener una casa, de que los objetos funcionen y la certeza,
también infantil, del presente.
Escrituras,
infancias, talleres.
-¿Hace
cuánto que laburás en talleres de literatura con chicos?
-Empecé a trabajar en talleres de
literatura con chicos en 2006, en un Programa del Ministerio de Desarrollo de
la Nación que se llamaba “Familias y Nutrición”. Estaba buenísimo. Era de
desarrollo infantil integral, en el que se capacitaba a facilitadores
comunitarios en distintos ejes: nutrición, juego, lectura, crianza. Aparte era
con financiamiento de UNICEF y tenía unos recursos alucinantes. Viajábamos por
la provincia de Santa Fe y entregábamos cajas de libros para armar bibliotecas.
Eran cuatro cajas de libros de la mejor literatura infantil que te puedas
imaginar. Lo que yo hacía era más que nada capacitar gente que después
trabajaba con niños, pero a veces en los viajes también dábamos talleres para
los niños.
Con
el tiempo este proyecto se terminó pero yo seguí con lo de Alto Verde. Creamos
la biblioteca de jóvenes mediadores de lectura en el 2010. Que tampoco empezó
con la intención de crear una biblioteca. Yo llevé dos de estas cajas con
libros, que había pedido a Nación. La idea era formar un grupo de mediadores de
lectura. Y después la UNL nos dio la biblioteca de La Cuadra, y recibimos una
donación grande de libros que un grupo de voluntarios del MNR había hecho. Y de
golpe teníamos un montón de buenos libros y ya está: ¡tenemos una biblioteca! Y
ahí la armamos y la pusimos linda. Se fue dando sin que el objetivo inicial
haya sido “crear una biblioteca”.
Y
ahora doy talleres con los chicos de la escuela de al lado y después también
tengo un taller en la Biblioteca Pedagógica de Santa Fe.
- ¿Cómo
relacionás tu vida como poeta con trabajar literatura e infancia?
-No siento que esa experiencia haya impactado en mi escritura. No sé. Yo ya escribía de antes... ¡Y además me olvido que escribo cuando estoy con los chicos! Me encanta cómo imaginan los chicos, los mundos que construyen, las ideas delirantes que por ahí tienen. Y la verdad que me gustaría ser más capaz de tomar algo de eso cuando escribo, pero no, no me sale.
-¿Cuándo
crees que empezaste a leer literatura con deseo?
-¡De chiquita! Leía mucho, mucho, mucho,
mucho. A los 9 años más o menos era una bestia, leía muchísimo y me quedaba
encerrada. Me acuerdo que teníamos una quinta que era hermosa, pero a mí en ese
momento la naturaleza no me llamaba. Me encerraba, cerraba las persianas porque
me gustaba estar como en penumbras y me quedaba leyendo toda la tarde. Me
devoraba capaz que una novela por tarde.
Empecé leyendo lo que tenía a mano. La
Colección Robin Hood que era de mi tía, todo Luisa May Alcott, Jack London,
Mark Twain. Después mi mamá me tuvo que hacer socia de una biblioteca, la
Biblioteca Moreno. Pero ese tipo de libros que les contaba antes no existían
cuando era chica. Y la literatura para chicos no era lo que es la literatura
ahora: tan delirante, tan con humor o con cosas más oscuras.
Sobre
el trabajo con el grupo de jóvenes mediadores de lectura de Alto Verde,
“Pescando lectores”.
-¿Cómo surgió Lo escuché por ahí.
Historias de Alto Verde, estas publicaciones que recuperan narraciones
orales del barrio?
-En el 2011 yo había viajado a Brasil y
había una organización muy linda, Vagalume, en donde trabajan plantando
bibliotecas comunitarias en la Amazonia. Yo pude viajar con ellos y conocer un poquito
de lo que hacen, que es recopilar cuentos orales y llevarlos a la escritura.
Como tender puentes entre la cultura oral y la escrita, y producir con eso
libros artesanales. Me pareció re copada la idea de hacer libros a partir de
los relatos orales del barrio y no solamente llevar los cuentos de autores.
Así
surgió la idea con el grupo de mediadores de lectura de Alto Verde. Se los
propuse y les encantó. Entrevistamos a los abuelos de los chicos y a algunos
referentes del barrio. Nos contaron un montón de historias y nosotros después
fuimos seleccionando algunas y las fuimos ilustrando. Y luego el Ministerio
para el que trabajo y el de Cultura de Santa Fe, entre los dos, lo financiaron.
La
primera edición de estos libros era un montón: 4000 ejemplares. Después ya fue
menos y no pudimos repartir tantos. Circularon bastante por el barrio y es muy
habitual que los chicos cuando van a la biblioteca los vean y digan ¡ay, este
yo lo tengo en mi casa! Y lo recuerdan, y les gusta, y está bueno porque reconocen
las historias que aparecen ahí o a los personajes. La verdad que está bueno lo
que se dio de poder identificarse y que sus historias estén en un librito.
Poder replicar este tipo de cosas está re bueno.
Me
acuerdo que la primera vez que lo presentamos en la Feria del Libro fue súper
emotivo. Fueron los abuelos que habían contado, y fue importante para ellos que
sus historias estuvieran en un libro. Fue muy lindo. Y a los chicos les gustó
mucho también.
-¿Cómo
convivís ahí con los otros relatos imaginarios y las realidades más tangibles
respecto al barrio?
-Cuando yo empecé a trabajar en Alto
Verde hace cinco o seis años atrás todavía no estaba tan picante como está
ahora. Y en los últimos años se fue poniendo bastante violento y todo. Hubo un
año en 2014 que casi renuncio, porque había tiroteos todos los días, muchos de
los chicos con los que estaba trabajando fueron baleados y un par muertos. Y no
me lo banqué mucho. Pero después mermó un poco y ahí sigo estando.
Como
muchos barrios tenés eso, y después tenés gente viviendo y laburando también,
construyendo, yendo a trabajar, cocinando, cociendo, haciendo deporte, haciendo
murga, pescando...
A
mí me encanta Alto Verde, me encanta. Tiene algo, tiene su particularidad. Y el
río ahí le da algo de eso. De hecho yo no soportaría en otro lugar ese nivel de
violencia. Mi trabajo, la biblioteca, está enfrente del río. Salgo y está el
río todos los días. Llego con el auto o con la bici y está el río. Eso es un
plus. Y también la gente, por más que haya pobreza, no es lo mismo vivir en un
pasillo inmundo que vivir al lado del río, de ese paisaje.
Hay
gente que me dice “uuy, trabajás en Alto Verde...” y para los chicos es
tremendo eso. Ahora el mes que viene vamos a presentar un corto que hicimos con
los chicos y un poco muestra eso: lo que significa vivir en este barrio: La camisa blanca. Lo cuentan de manera
muy poética... Los más grandes siempre relatan que no pueden conseguir trabajo
porque son de Alto Verde... no es fácil para ellos.
Este
año también va a salir un libro que hicimos con una compañera del Ministerio de
Cultura, que se va a llamar El Bestiario de las Islas. ¡Ese va a estar
buenísimo! Hicimos todo el año pasado talleres en las escuelas y también
entrevistamos a referentes del barrio, no solo de Alto Verde sino también de
Rincón, Colastiné, La Vuelta del Paraguayo... todos parajes costeros para que
nos cuenten historias de aparecidos, seres fantásticos y otras cosas que se ven
en las islas. Y articulamos con los chicos de quinto año de la Escuela Mantovani
de Artes Visuales, porque ellos son los que ilustran. Está quedando muy bueno y
se copó mucha gente que no esperábamos.
El cortometraje “La camisa blanca” al que hacemos referencia
en esta entrevista se encuentra disponible en Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=gSKqiAUE1Q0&feature=share
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