miércoles, 13 de mayo de 2015

Hoy es Martes 5 de mayo de 2015. Taller en la Escuela Hogar.



En un momento de las mesas, los tres se dispusieron a oír un cuento. Crecían por los costados estas disposiciones, cuerpos sobre una mesa, que pedían leer diferentes cuerpos otros.

El libro debo decir me gustaba, y me encantaba con ese gusto por las láminas de la Enciclopedia que en algún sitio Barthes pondera. Mientras repetía la historia de la Caperuza a los niños, que como dije eran tres y me miraban con una cercanía de sus cuerpos entre sì, al mìo y al del libro que mucho me sorprendía, pensaba que quizás no pudiera leerse otra cosa. Encontraba entonces palabras como clavija, albadilla que me estremecían de gozo ante lo que no entendía. De repente trataba de imaginar el manuscrito, palabras pronunciadas en francés, palabras escritas en las torsiones del francés en que Perrault narraba tal historia. ¿Es que acaso habrá existido un papel tal? Descubría el mito de la caperuza entonces en su extensión de palimpsesto de múltiples capas que, a la manera de la Enciclopedia barthesiana, merece ser leído en su pluralidad.

De entre los libros que había tomado durante nuestra mañana de Taller fue solo aquel cuento el que leí completo. A la pregunta sobre qué es un niño sería a veces necesario alcanzar a responderla en un lenguaje alambicado (palabra gozosa de decir, alambicado) que permita encontrarnos con clavijas y albadillas allí donde no las esperábamos. Sería necesario, quiero decir, responder que un niño es quien nos exige leer nuestras propias inquietudes en terreno ajeno. Niños-bosques. Un desconocido que nos obliga a atravesar el bosque, y correr los diferentes peligros que alberga. Quiero decir que jamás había leído la historia de Caperucita, en su forma de palabra puesta sobre la página hasta esta mañana.

Kevin

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