domingo, 20 de marzo de 2016

Lo que hay después en los libros-albúm

Por Hernán Hirschfeld

Libros que juegan a ser álbumes, a veces embargados por imágenes y sin palabras. ¿Qué nos aguarda en estos libros? ¿Qué nos quieren contar? La Biblioteca barriletera se pregunta por los libros-albúm a partir de experiencias de trabajo sucedidas a fines del pasado año.




I

Cuando viajaba en colectivo la semana pasada, una madre con tres hijos estaban sentados en las butacas delante de mi asiento. En el transcurrir del viaje, en la inquietud de una infancia entre hermanos, los niños comenzaron a mirar alrededor del colectivo ignorando si para eso hacía falta pararse en los asientos y darse vuelta totalmente para ver a los pasajeros que sonreían hacia ellos. Mientras dos distraían a su madre con los videojuegos del momento, una nena se pone de pie en el asiento y parece sorprendida por lo que ve a esa altura, con el escenario siempre cambiante de un vehículo en movimiento. En un momento ella se anima a saludarme a mí y a mi acompañante con una sonrisa, y unos minutos después de observarnos, nos señaló el cono de helado que había estado comiendo para decirnos imperativamente  que lo miremos: “mirá, helado”. Después de pedirnos que miremos otras cosas, como a sus hermanos y su madre, algo empezó a cambiar cuando tomó un libro y empezó a mostrarnos los dibujos que tenía sobre las hojas para interpelarnos otra vez: “mirá, casa”, “mirá, perro”, “mirá, papi”.
Hay muchas cosas que me pregunto después de esto que acabo de contar. Una tiene que ver con los libros-álbum, una especie de libros que empecé a frecuentar desde el año pasado en nuestra Biblioteca. Cuando digo “especie de libros” lo digo jugando a que soy un biólogo, como esos personajes de Flaubert que juegan con las profesiones para hacer muchos tecnicismos, preguntándome qué es lo que hace tan especial a este conjunto de textos. Si ese conjunto de libros solamente consiste en tener más imágenes que palabras y diseños tan extraños que a veces sea  necesario ponerlos en un lugar separado de nuestras estanterías.
Los libros álbum son textos creados generalmente por escritores e/o ilustradores para contar cosas más allá de las oraciones. Dentro de toda la tradición de este género podemos encontrar en 1963 a  Donde viven los monstruos, del estadounidense Maurice Sendak, quien fundó la tradición del género al demostrar que se puede acompañar una historia con imágenes en términos cinematográficos. En Argentina, por ejemplo, ilustradores como O’Kif han intervenido en relatos de Laura Devetach, Luis María Pescetti y Elsa Bornemann, fundando con sus imágenes nuevos modos de narrar. Sin embargo, no hay dudas de que en otros períodos históricos el “contar con imágenes” también ha sido utilizado. Me acuerdo de la jornada de trabajo del Festival de Poesía en la Escuela –realizado en Paraná desde nuestra institución junto a otras, en octubre de 2015- donde se compartieron experiencias de trabajo de parte de bibliotecarios y docentes. Entre estos relatos,  una docente nos muestra que a sus alumnos les enseña a usar un Kamishibai, una suerte de teatro portátil del Japón medieval en el cual se muestran ilustraciones a medida que el narrador hace avanzar el cuento. Pero entonces ¿qué es lo que hace tan especial a los libros-álbum si durante toda la historia de la humanidad se han recurrido a las mismas prácticas de contar utilizando imágenes?
Es la misma pregunta que se hacen Morag Styles y Evelyn Arizpe, dos sociólogas que hicieron un estudio[1] con las escuelas de la periferia de Londres para ver qué aportes pueden hacer los libros-álbum en la formación de los niños.  Y lo que ellas revelan es que, frente a la invasión de los medios digitales como los únicos dispositivos que muestran imágenes, los libros álbum proporcionan un tipo de “alfabetización visual” que los aleja de la alienación de los medios digitales como la televisión o los videojuegos.
Pienso en la primera pregunta que me hice sobre lo que pasó en el colectivo mientras miro Zoom, un libro de otro ilustrador estadounidense,  Istvan Banyai (1995). El libro juega con técnicas de cine para contar cosas sin usar ni una sola palabra, tan solo “quita el zoom” como una cámara  para revelar que unos niños que miran una gallina en realidad son muñecos controlados por una chica que arma una maqueta. Y ese es sólo el principio del relato. Todo el libro es una sorpresa cuando muestra que lo que parecía consistente en realidad es producto de otra cosa, armándose todo el tiempo. Tal es así, que cuando Milena lo mostró a un grupo de niños de la escuela Benavento ellos pensaron que el libro de Banyai se trataba de un libro de adivinanzas, un libro donde hay que adivinar “qué hay después”.
Imágenes con palabras, palabras con imágenes, ¿Cuáles importan más? ¿Qué es lo que más importa de un libro-álbum? ¿Será que un libro álbum debe tener más imágenes que palabras para ser llamado así? ¿Las letras, en todo caso, pueden ser consideradas imágenes en tanto “gráfico”? ¿No será que en realidad “leer un libro-álbum” sea más un modo de leer que un género de textos?






II

Comenzamos la mañana con la biblioteca de la escuela Benavento a oscuras. Kevin y Sofía se guardaban un secreto en forma de libro, era Nocturno: recetario de sueños de Isol. Un libro-álbum que pone en hilo lo onírico y lo consciente a través de líneas que pueden verse de día, y líneas que solo pueden verse en la oscuridad. En una de las páginas hay una casita en medio del campo, con algunas plantas y un sol. Ese escenario de pronto se transforma en un cohete aterrizando sobre un planeta con dos marcianos saludando a un niño (Sofía me dice que para los chicos de Villa Mabel esos son hombres con trompetas). Y todo ese recorrido, todo ese viaje, se hace con un gesto tan intrínseco como apagar la luz. Quizás la sorpresa, o el recorrido por el cual se llega a la sorpresa, sea eso que caracteriza a los libros-álbum más allá de que tengan muchas imágenes o no.




Ilustraciones de “Zoom” de Istvan Banyai (1995)




[1]              Contar con imágenes, los niños interpretan textos visuales. Editado por el Fondo de Cultura económica  en 2012.

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